Lo que celebramos de verdad
domingo 22 de diciembre de 2013, 12:58h
Seguramente
conviene recordar que lo que celebramos estos días en todos los
lugares del mundo, con luces, fiestas, regalos, viajes, comidas y
cenas muy copiosas es el nacimiento de Dios, del Dios hecho hombre.
(Lo digo por si alguno no se ha enterado). Pero detrás de ese
misterio que llega a todos los rincones del mundo se encuentra lo
importante, lo fundamental: el nacimiento del Dios niño es un cambio
radical en la historia de la humanidad, es el pacto de Dios con el
hombre, el fortalecimiento de los vínculos del amor, de una religión
basada en la entrega total, en el amor como fuente de todo, en la
igualdad y en la fraternidad de todos los ciudadanos del mundo. El
artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, que ahora cumple 65 años, es profunda, esencialmente
cristiano: "todos los seres humanos nacen libres e iguales en
dignidad y derechos y dotados como están de razón y conciencia
deben comportarse fraternalmente los unos con los otros". Cristo
puro.
Estos días
celebramos la vida, el derecho a la vida -también el de los no
nacidos que merece, cuando menos, la misma protección que los de la
madre-, el valor de la esperanza, la lucha por la igualdad entre
todos los hombres, la solidaridad por los más desfavorecidos, por
los parias del mundo, estén donde estén. La Navidad es un lugar
central en la vida de los católicos, porque se cumple la promesa de
Dios, del Dios que viene para salvar a todos, pero especialmente
a los que no tienen ni derechos ni esperanza; a los que sufren, a los
que tienen hambre y sed de justicia, a los enfermos, a las personas
solas, a los ancianos... Hoy es la fiesta de Caritas, de Manos
Unidas, de los sacerdotes que entregan su vida por los demás, de los
misioneros que cuentan la buena nueva del nacimiento de un niños
Dios.
Hoy celebramos
la Navidad en España, pero también en todos los lugares donde el
hombre sigue siendo el peor enemigo del hombre, donde se pisotean los
derechos de todos los demás, donde se explota al más débil, donde
se pagan salarios de miseria y la vida no vale nada. La Navidad es la
esperanza de la liberación y de la justicia. La Navidad se celebra
en las calles y en las cárceles, en las mejores mansiones y en las
más pobres, en las casas y en las residencias de ancianos. Pero el
protagonista no es un hijo de ricos o famosos sino el pobre entre los
pobres. No nació en un palacio sino en un pesebre de la última
cuadra del mundo. No vino para vivir como nosotros sino para estar
entre los desheredados.
Junto con el
Papa Francisco I tenemos que despertar en nosotros al Dios de la
fraternidad, reconstruir la Iglesia de Dios y de los hombres. El
nació hace dos mil años para despertar nuestra conciencia. Ahora,
esta Navidad, nos toca a nosotros to0mar su mensaje de Amor y Paz y
transmitírselo a los demás. Si no es así, la vida no vale nada.