Tras el "paso del Rubicón" de Más y sus aliados con la
formulación de la pregunta sobre la independencia de Cataluña y la respuesta,
previsible por anunciada, de Rajoy, sólo cabe esperar un choque de trenes. El
presidente de la Generalitat está metido en una dinámica que parece
irreversible, entre otras razones porque depende de los independentistas para
continuar en el poder. Son éstos quienes han impuesto la pregunta para lo que pretende
ser un verdadero referéndum de autodeterminación.
En Cataluña, la
dialéctica de confrontación, puesta de manifiesto por el simposio sobre "España
contra Cataluña", y el sentimiento de agravio, justificado o no, está logrando
que el independientismo más radical fagocite a todas las formaciones
nacionalistas, incluida la moderada de Durán i Lleida.
En Madrid, la
dinámica es semejante pero a la inversa: nada que negociar, y ya se invoca, con
creciente respaldo popular según los sondeos de algunos medios entre sus
lectores, la suspensión de la autonomía catalana e incluso hay quienes proponen,
contra toda racionalidad, la declaración del estado de sitio. Envuelto en el
texto constitucional y parapetado en la argumentación jurídica, Mariano Rajoy
ha practicado hasta ahora la estrategia, tan marianista, de esperar y confiar
en que la inviabilidad jurídica de la consulta divida al campo nacionalista y
frustre el empeño. Ya se ve con qué resultado.
La consecuencia de
esta dinámica va a ser una tragedia anunciada. No hemos aprendido de la
historia y hasta los organizadores del simposio mencionado intentan
reescribirla pro domo sua. Rajoy
ganará la batalla jurídica porque tiene la ley de su parte, pero será una victoria políticamente pírrica,
incapaz de evitar que la derrota formal de los independentistas proporcione un
nuevo impulso, como en su día el rechazo del TC a partes del Estatut reformado,
a la emoción separatista. Y mucho es
de temer que en ambos lados cedan a la tentación de ver en la previsible y creciente tensión una manera de atraer votos en las
próximas citas electorales.
Es la hora de la moderación y el diálogo, pero no hay moderados ni voluntad de consenso.
Lo que en 1978 pactaron Roca y Solé Tura en nombre del nacionalismo y la
izquierda es rechazado hoy, mientras que
quienes en la derecha que entonces
aceptó a regañadientes la Constitución (cuando, algunos, no la rechazaron)
porque no creían en las "nacionalidades", ahora la defienden como una barrera
contra el nacionalismo. Entre todos se
está rompiendo el pacto constitucional de la transición, que en esencia no era
otro que la voluntad de alcanzar acuerdos cediendo un poco todas las partes.
* Artículo extraído del blog 'Los hechos y las ideas'