Nelson Mandela
se merece todos los elogios que está recibiendo pero todos sabemos que después
de su fallecimiento el horizonte que se abre para Sudáfrica no está ni muchos
menos despejado. No se trata de hacer de agorero pesimista. Tampoco de empañar
una labor como político que es un ejemplo a seguir para toda la clase política
mundial y como personaje a estudiar y a interiorizar en los colegios. No, la
cuestión es analizar el futuro más o menos inmediato para un país emergente
como Sudáfrica, que ha sufrido un parón económico y social preocupante después
de la celebración del Mundial de Fútbol en 2010 y que se despierta cada mañana
con un nuevo caso de corrupción política. Algo, por desgracia, demasiado
extendido por el planeta. Solo hace falta seguir los medios de comunicación en
España, por no irnos muy lejos, ni al Tercer Mundo subdesarrollado. Sin
embargo, el legado de Nelson Mandela es claro y muy valioso.
Fue capaz de
reconciliar a un pueblo, negros y blancos, después de un cruel y despiadado
régimen de segregación racial con diálogo y manteniendo firmes principios y
valores que no dependen ni conocen el color de la piel. Evitar una guerra civil
o que la mayoría negra laminara a la minoría blanca tras la caída del apartheid
es una obra histórica de cómo los seres humanos razonan y pueden actuar de corazón.
El riesgo y el temor que anida en muchas mentes es que la desaparición del gran
líder pueda desatar las más bajas pasiones, ambiciones insaciables de poder y
dinero y, lo más delicado, enfrentamientos políticos que puedan trasladarse
estúpidamente a la población. Quizá esto sea más complicado y ciertamente
improbable. Cuando uno observa cómo en toda Sudáfrica el pueblo unido y sin
distinción alguna entre negros o blancos; cristianos, musulmanes, judíos o
hindúes, ricos o pobres; sin la
injerencia envenenada de la ruindad política, llora, baila, recuerda y disfruta
de Madiba y sus lecciones crece la convicción de que nadie podrá destruir un
legado político y humano tan arraigado en cada uno de los sudafricanos. Pero la
corrupción está presente; la ineficacia, también; la mediocridad es osada y
traicionera. Pero ante las miserias humanas, Sudáfrica tiene una prensa libre
que denuncia y un poder judicial bastante independiente. En cualquier caso, cierta
incertidumbre después de Mandela.
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