Siempre he dicho que, en lo de la lectura, soy omnívora. Que como de todo, que leo de todo. Y lo digo temblando por la fuerza y la profundidad y la tensión de las primeras cien páginas de un descubrimiento, de un joven deslumbrante: Nick Dybek.
Primero tengo que decir que
soy una lectora compulsiva, desde que me recuerdo. Que siento que la vida sea
tan corta por lo que se me quedará sin leer, y no sólo en las voraces mesas de
novedades, sino en toda la historia, en todas las lenguas.... Que leo por placer,
y que tengo la suerte de vivir de lo que leo, más que de lo que escribo. Y que
algunas veces paso por el libro con una sonrisa, otras con una sorpresa, otras
me quedo a vivir en él por días o por horas, y otras me indigno: a veces es mi
corazón el que habla con él, otras mi cabeza. Otras es la piel. Con todo ello
leo.
Si le doy una vuelta a mis
últimas lecturas, puedo declarar mi omnivoracidad. Con Juan Madrid, con su prosa eficaz y su fértil imaginación, he
seguido el viaje de su personaje, Liberto Ruano, a sus ambiguos orígenes, a las
cabañas y a los palacios, como el Tenorio de noviembre. Los hombres mojados no temen la lluvia (Alianza Literaria) es una
historia de mafia, la 'ndrangheta
calabresa, y altas finanzas españolas, de bajos fondos, vicio,
pornografía, drogas y corrupción: de rarezas sexuales y sicarios asesinos y
protectores a un tiempo... de ambigüedad moral y de retrato dramático. Una
metáfora brutal de lo que nos está pasando, que por ahí va la novela negra, en
una trama gótica y sorprendente. Y de lo que somos: esa relación entre los
territorios italianos que fueron españoles (catalanes, vaya) y en los que
arraigaron esas sociedades paralelas y secretas que son las famiglias.... En fin: Juan Madrid en estado puro, lleno de sorpresas, de matices y de
acción. Claro que lo recomiendo.
Como recomiendo Errantes, de Eva Monzón Jerez (Paréntesis Editorial). Confieso que entré en ella
con un poco de recelo: la narradora es una niña nonata, en el vientre de su
madre, y eso exige más esfuerzo en el proceso de "suspensión de la realidad"
que ha de darse en la lectura de ficción siempre, sobre todo ante lo
maravilloso, y maravilloso es que un feto vea, piense, narre y describa. Pero
en este caso se da soprendentemente rápido, porque una prosa aparentemente
suave, hasta lírica, va contando una historia casi coral a veces, de una
violencia soterrada y viscosa: la de un mundo marginal y metafórico, que nos
pone un espejo algo deformante a lo que nos está pasando.... Y esa deformación de
la imagen -no del mundo- nos permite entender, como quería Valle Inclán.
De otro Monzón, Chechu, José Miguel, El Gran Wyoming, esta vez un ensayo: No estamos locos (Planeta) aunque parecería que sí. El Wyoming
de El Intermedio, el de Caiga quien caiga y El peor programa de la semana, va haciendo un diagnóstico cruel de
eso, de lo que está pasando. Pasión, toma de partido, perspectiva expresamente
"roja", crítica acerada, y esos golpes de humor muchas veces negro, siempre
ácido y mordaz, que nos reconcilian con su lucidez: a ver, un poco de amargura,
porque lo que llueve no es para menos: la crisis económica y el desprestigio de
la política. No perderse las notas al pie: son impagables.
Y qué decir de Legado en los huesos, de Dolores Redondo (Destino). Ya El guardián invisible, la primera parte
de la Trilogía del Baztán, de la que
ésta es la segunda, me impactó por su incursión en el imaginario mítico y
cruelmente identitario vasco, pero por la presencia constante de ese paisaje
abrupto, verde, húmedo, del septentrión que amo. En Legado en los huesos, su personaje, Amaia Salazar, ahora inspectora
jefe de la Policía Foral y madre primeriza, lleva a cabo la investigación de
unos repugnantes crímenes en serie que la implican personalmente. Demasiado
personalmente. Y todo un mundo, el del célebre matriarcado vasco y el de su
célebre pateón mítico -si en la primera estaba el Basajaún, ahora será el Tarttalo,
nuestro Ojáncano cántabro- se revela
como un mundo de mujeres de una crueldad malsana, bipolar. Mari y la madre, o
el matriarcado original, no son ideales, ni idílicos, qué va. Lo que hay atrás
no es ningún paraíso. Hay mucha desgracia, mucha enfermedad mental, mucho
miedo. Mucho Mal, con mayúsculas, aunque haya también mucho Bien. Con el alma
en un hilo, y hasta el cuerpo, he vivido esta novela, bella y terrible, que me
ha tenido en vela dos noches seguidas.
Y por fin, la revelación con
la que empezaba, y de la que llevo cien páginas, apenas la mitad, pero para
verla, para ver su potencia envolvente no hace falta más, de verdad: bajo un
título bastante anodino, Bajo el cielo de
Green Harbor, hay no sólo una novela: hay un gran escritor. Una fuerza de
la literatura. Es una prosa jugosa y oscura, para una novela de iniciación que
lo tiene -estoy segura- todo, pero sobre todo el lenguaje, el ritmo, la
eficacia y la belleza. A Nick Dybek
no le da miedo escribir literatura, no le da miedo hacer un lenguaje riquísimo,
ni hacer literatura moderna, en el
mejor sentido de la palabra: el que asimila todo lo mejor de la vanguardia, y
te hace entrar en ello con una velocidad y un poderío impresionante, y lo hace
en función de una historia que es un recuerdo y es un dilema que se ve venir....
Y que a mí me ha dejado literalmente temblando insomne. Vamos, que estoy
deseando terminar de escribir esta columna, ahora mismo, para seguir con este
nuevo acierto de Sigrid Kraus en su
editorial Salamandra. Qué bien.
- Ediciones anteriores de 'Lágrimas de cocodrilo'