Suelo
acabar mis tertulias radiofónicas en la Linterna con la frase:
siempre nos quedará la UCD. Es una llamada a un espíritu que supuso
el periodo más fructífero de la historia reciente de España. En
aquel espíritu había algo claro: queríamos un país democrático,
en paz, reconciliado dentro de sí mismo, europeo y occidental, con
crecimiento económico y justicia social ¡nada menos y nada más!
Y
era un espíritu que correspondía a un sentimiento de la ciudadanía.
Había un deseo de acuerdo y consenso que se canalizó a través de
las fuerzas políticas. UCD fue la que por decisión democrática
tuvo la responsabilidad de articular ese deseo. Una articulación en
la que tuvo el apoyo de casi todo el arco parlamentario. Pero eso
ocurrió hace mucho, mucho tiempo...
Un
nuevo rumbo
Treinta
y cinco años después de la transición política, estamos en una
situación en la que sabemos que hay que tomar un nuevo rumbo. Rumbo
que resuelva algunos de los problemas con los que se enfrenta España
y los españoles.
Tres
de estos problemas son acuciantes: la creación de una economía
eficiente y justa, que cree empleo y reduzca la exclusión social; la
reestructuración de una administración pública, con una dimensión
adecuada que amplíe la libertad de la sociedad civil mientras
mantiene los servicios públicos esenciales; la elaboración de un
proyecto nacional, vertebrador e ilusionante, dentro de la
construcción de la Unión Europea que supere las tensiones
soberanistas. Y, además, como apoyó a todo ello, un instrumento: el
desarrollo de nuevas reglas en la relación de los ciudadanos con el
poder político; por ejemplo, con una nueva ley electoral ¡Nada más
y nada menos!
¿Políticos
capaces de renunciar a sus posiciones e, incluso a su carrera, por el
futuro de España?
Y
ante ese horizonte de futuro hay algunas cuestiones a preguntarse
¿Existe un consenso ciudadano que desee un proyecto que resuelva
estos problemas? ¿Existen partidos políticos capaces de canalizar
ese proyecto? ¿Existen políticos dispuestos a pactar ese proyecto
esforzándose en encontrar los acuerdos a pesar de renunciar a
algunas de sus posiciones e, incluso, de su poner en riesgo su
carrera?
Respecto
a la opinión pública existe un clima de inquietud pero se necesita
alguien que se lo verbalice, que se lo articule. Sobre todo que cree
la ilusión de que es posible hacerlo. Ortega decía que "el
trabajo inútil conduce a la melancolía". El riesgo de España
es la melancolía, el sentimiento de paraísos pasados perdidos e
inalcanzables. Hay que evitar generaciones del 98, aquellas que
despertaron en el siglo XIX del sueño imperial, tras la pérdida de
las últimas perlas del imperio. Generaciones nostálgicas que se
recrean en el fracaso colectivo. El proyecto debe ser de futuro,
evitando referencias a pasadas glorias como la transición; una etapa
fructífera pero cuyas circunstancias no volverán. Quizás al albur
de la construcción de Europa y la necesidad de ganar peso en su
arquitectura se pueda ilusionar hasta a los más reticentes
nacionalistas.
No
es suficiente con conseguir ofrecer ese programa. Los dirigentes
políticos deben ser capaces de articularlo de manera común. Sólo
con la renuncia a posiciones propias y la imaginación para resolver
los dilemas por elevación, se podrá llevar a cabo un proyecto
realista. Hay temas en los que esa construcción común es
imprescindible.
En
política exterior es posible llegar a un consenso razonable, lo
mismo que en la construcción europea. No será fácil, pero hay
mimbres para construirlo cuando se trate de políticas económicas y
de mercado laboral. Además, ya se ha avanzado mucho en su adaptación
a la competencia global. Pero hay determinados asuntos, como la
estructura autonómica del Estado, la educación y cuestiones
morales, en los que el acuerdo es complicado. Sin contar con
cuestiones prácticas pero sustanciales, como es la Ley Electoral,
que conforma la realidad política de manera decisiva ¿habrá
políticos con la altura de miras para llegar a acuerdos? Los que lo
intenten deben de saber que quedarán en el terreno de nadie. Es
probable que pierdan el apoyo de los suyos, sin ganar el del
contrario.
Lo
que aprendí sobre el consenso
Lo
aprendí en 1980/82, al articular el Estatuto de Autonomía
Valenciano, del que fui ponente por parte de UCD, donde era el
secretario provincial. En un tema referido a sentimientos la cuestión
estaba encallada. El centro derecha representaba a quienes querían
una denominación enraizada en la historia, donde sólo existió el
Reino de Valencia; la izquierda seguía encariñada con la expresión
País Valenciano, a la que algunos acusaban de pancatalanista. En el
fondo era el sentimiento de defensa de una identidad propia frente a
quienes la querían mistificar. Hubo manifestaciones callejeras a
favor de una y otra posición. Al final la ponencia consiguió, no
sin dificultades, incluso en la tramitación en el Congreso, la
actual denominación, Comunidad Valenciana. Denominación que yo
mismo llevaba escrita, de alguna manera, en mi primer borrador.
Pues
bien, aquello me hizo ser el "chivo expiatorio" de los
partidarios de la denominación cercana a Reino de Valencia."Mis
amigos", como los hay en todos los partidos, aprovecharon la
situación para atacarme indirectamente a través de ciertos medios
de comunicación. De hecho acabé trasladando mi residencia a Madrid.
No me arrepiento, porque la denominación Comunidad Valenciana ha
sobrevivido y, sobre todo ha sido útil, evitando una confrontación
artificial, que podía haber acabado de forma violenta.
Esa
es la lección. Quienes lo intenten deben saber que nadie se lo
agradecerá. Quizás la historia reconocerá sus méritos, como ahora
se hace con UCD, pero a corto plazo habrá sufrimientos. El parto,
incluso cuando es feliz, lleva consigo dolores.
¿Hay
políticos dispuestos a inmolarse en este empeño? España irá donde
la llevemos. ¿
Dónde te llevamos España?
El reto está ahí. La ilusión también. Me gustaría aceptar y
ayudar a resolver el desafío pero parece que el tiempo de mi
generación pasó ¿O NO?
J.
R. Pin Arboledas
Profesor
del IESE/ Exdiputado de la UCD
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