El
próximo día 13 de noviembre se cumplirán ocho meses de pontificado de Jorge
Mario Bergoglio. La propia elección de su nombre, Francisco, su discurso y
gestos parecen alejarlo del perfil neointegrista de sus predecesores, tanto en
materia social o sexual como política. Niega ser de derechas, rechaza las
tentaciones clericales y defiende la laicidad porque, a su juicio, aprecia la
presencia del factor religioso en la sociedad y permite un diálogo constructivo
entre religiones.
Sin embargo, la hemeroteca nos descubre
que no resultan tan novedosas las declaraciones de Bergoglio, pues tanto Wojtyla
como Ratzinger entendieron que había una "sana" laicidad, que se oponía al
maléfico laicismo. Desde algunos sectores laicistas se habla, en consecuencia,
de "espejismo papal". ¿Sería, entonces, posible que estuviéramos en presencia
de una suerte de "gatopardismo
papal"?
Hay argumentos en contra de esta
hipótesis. El tono de Francisco es muy diferente al de Juan Pablo II o
Benedicto XVI, pues ha sustituido antiguas advertencias y condenas por
propuestas en positivo, en favor de la rebeldía de los jóvenes cristianos.
También el fondo, al reconocer errores anteriores. Y algo debe estar cambiando
cuando la Conferencia Episcopal Española está tan callada o responde de manera
desabrida a las preguntas de los periodistas sobre los supuestos vientos de
cambio vaticanos.
Y argumentos que la avalan. El concepto
de "laicidad" de Bergoglio parece confundirse con la "aconfesionalidad" o la "multiconfesionalidad"
y sus palabras no contemplan la opción "no religiosa"; sólo habla de
convivencia entre religiones. Por otra parte, persiste el rechazo vaticano al
"laicismo".
Francisco se encuentra en la etapa
inicial de su pontificado y no ha tenido tiempo de pasar de las palabras a los
hechos. Quien haya leído recientemente a Manlio Graziano (El siglo católico. La estrategia geopolítica de la Iglesia, RBA,
2012) encontrará extraña tanta relevancia de las declaraciones pontificias, de
las apelaciones a los sentimientos y la escasa concedida a la compleja maquinaria
de poder vaticana. Alguien podría pensar que todavía no ha asumido su verdadero
rol de Papa, que no se lo ha creído. Quizás porque no está dispuesto a asumirlo
y poner patas arriba la institución. El tiempo aclarará todas las incógnitas.
Salgamos de los muros de San Pedro. La
"laicidad" se ha impuesto al "laicismo" como categoría de uso académico y lo ha
hecho por goleada. Pero su abuso por parte de la jerarquía católica y, en
especial, por la vaticana, le otorga connotaciones tan especiales que permite
replantearnos cuestiones que, no por manidas, están aún resultas. ¿Verdaderamente
se contraponen ambos términos, como defienden la Santa Sede y buena parte de la
literatura más solvente?; ¿son equivalentes o intercambiables, como aseguran
las asociaciones laicistas?; ¿son engañosas sus formulaciones más integradoras
o permiten, desde la tolerancia, conseguir las demandas históricas del
laicismo?
Conviene aclarar que el término
"laicismo" no es, per se,
antirreligioso y que resulta una trampa semántica (extendida no sólo entre la
jerarquía eclesiástica, sino también entre eminentes expertos laicos) hacerlo
antónimo de "laicidad", considerando a ésta en clave positiva y a aquél en
negativa. Evidentemente, tampoco son sustantivos sinónimos. La RAE define al
"laicismo" como doctrina que defiende la independencia de la sociedad y el
Estado respecto a las confesiones u organizaciones religiosas y a la "laicidad"
(que no ha introducido en su diccionario hasta 2013) como principio de
separación de la sociedad civil y religiosa. No implica, por tanto, hostilidad
o indiferencia frente a la religión, como señalan sus críticos. Su relación es,
más bien, entre el medio y el fin. Como movimiento ideológico, el "laicismo"
tiene como finalidad la "laicidad". Hay diferentes vías para llegar a ésta. El
laicismo fue la usual en los países católicos pero en los protestantes llegó
mediante la secularización.
De la misma manera, un "laicista" es un
defensor del laicismo y, por consiguiente, no tiene por qué ser antirreligioso;
no hace falta contraponerle el término "laico" para diferenciar a quienes van
contra la presencia de la religión en la esfera pública. Ahora bien, si se
utiliza como complemento de un sustantivo, aparecen las divergencias. Un Estado
"laico" se opone a uno confesional pero difiere de uno "laicista" porque el
primero responde al principio de separación de lo civil y lo religioso mientras
el segundo implica una instrumentalización legal contra el poder religioso. Las
mismas premisas aparecen al contrastar la legislación "laica" con la
"laicista".
Y a la hora de establecer tipologías,
convendría centrarse en el adjetivo (laicista) más que en el sustantivo
(laicismo). Entre los laicistas difieren sus argumentarios, fines y estrategias.
Los hay religiosos y antirreligiosos, inclusivos o neutralizantes, en función
de sus convicciones o de si acompaña la neutralidad religiosa del
reconocimiento de un papel público e intermediador de las religiones y sus
instituciones.
Tampoco podemos obviar otra clave, la
idiomática. Secularism es el
equivalente en el idioma de Shakespeare tanto laicismo como a secularismo. Y en
francés, el uso de laïcisme es
minoritario respecto a laïcité.
Las
declaraciones papales nos recuerdan que, allende nuestras fronteras, se han
planteado ricos debates sobre la religión en la esfera pública en sociedades
postseculares que, por desgracia, no han superado en España el marco de la vida
académica. El lector interesado en la materia deberá recurrir al alemán J.
Habermas, a los franceses M. Gauchet, M. Barbier o J. Baubérot, o al italiano
N. Bobbio, entre otros. Y, entre los autores españoles, podrá tener cumplida
respuesta en las obras de Rafael Díaz-Salazar, Juan José Tamayo, Francisco J.
Carmona o Gonzalo Puente Ojea. Allí podrá encontrar desde las supuestas
bondades del laicismo inclusivo hasta su rechazo. En realidad, más de lo
primero que de lo segundo.
He
iniciado el artículo con el recordatorio de un pontificado y lo termino con una
necrología, de Luis Gómez Llorente (de cuya muerte se cumplió el primer
aniversario el pasado 5 de octubre), y una celebración, la Conferencia Política
del PSOE. Traigo a colación a uno de los pensadores españoles que más se
interesó por el laicismo porque su pensamiento da respuesta a algunas de las cuestiones
planteadas antes y porque su defensa del "laicismo socialista" (ni
antirreligioso ni excluyente, y centrado en la lucha contra la desigualdad
antes que en la institución eclesiástica) debiera servir de inspiración a un
partido, al que perteneció toda su vida aunque siempre en posiciones
minoritarias, y que estos días está trasladando al debate social estas
cuestiones.
Una de sus ponencias ("Laicidad del Estado y relaciones con las
confesiones") plantea la religión como asunto público a la vez que propone
renegociar los acuerdos con la Santa Sede, para que estén en sintonía con una
renovada legislación sobre libertad de conciencia y religiosa, y un marco
educativo de enseñanza no confesional de la religión. También, a su manera,
este proyecto de cambio político del principal partido de la oposición plantea
expectativas que no debiera defraudar.
Pues bien, me permito sugerir al
respecto, siguiendo la inspiración del citado pensador socialista, la
reivindicación del término "laicismo" para el caso español, ante la recuperación
eclesial o neoconfesional de una "laicidad" que, bajo la supuesta defensa de
neutralidad, en el fondo, es instrumentalizada para conceder mayor apoyo a la
confesión mayoritaria. Los debates teóricos adquieren perfiles diferentes en
países donde la laicidad se ha consolidado históricamente (como Bélgica o
Francia) que en los que, como España, la sombra del palio continúa siendo
alargada. Aquí, la defensa del laicismo como doctrina y la presencia pública de
las asociaciones laicistas suponen una garantía de equilibrio entre grupos de
poder, tan necesario para fijar el horizonte de un Estado laico. Y recordemos
que no hay democracia plena sin Estado laico, pues no hay libertad política sin
libertad de conciencia. Sin privilegios y sin exclusiones.
***Ángel Luis López Villaverde
Profesor Titular de la
Facultad de Periodismo, (UCLM)
Autor de El
poder de la Iglesia en la España contemporánea, La Catarata, 2013