Siempre que estamos en
vísperas de una 'cumbre' iberoamericana -y quien suscribe ha
estado en varias-nos encontramos ante dos planteamientos: el de quienes
predicen el fracaso, alegando las ausencias cantadas y contadas y la falta de
contenidos verdaderamente importantes; y el de los que aseguran que este
encuentro de la mayor parte de los mandatarios 'importantes'
latinoamericanos con la presencia usualmente estelar de España es una enorme
oportunidad para la diplomacia hispana. Al fin y al cabo, son los
representantes de casi quinientos millones de hispanohablantes, con toda la
fuerza cultural, social y económica que eso conlleva, los que se congregan
desde hace veintidós años en distintas capitales de América Latina, de España y
de Portugal. Solo que esta vez, en la 'cumbre' que se inicia
formalmente este viernes en Panamá, da la impresión de que se abre una nueva
era, en la que la importancia de estos eventos se aminora, al tiempo que
algunos rostros relevantes cambian. La comunidad iberoamericana también
atraviesa una cierta crisis.
Por supuesto, el gran ausente
ahora es el
Rey Juan Carlos, indiscutible 'primus inter pares' en
todas las convocatorias anteriores, y no solamente porque haya sido España
quien haya pagado la mayor parte de las facturas. Me consta la contrariedad del
Monarca por no poder asistir, por primera vez en estos veintidós años, a la
gran convocatoria iberoamericana, que en esta ocasión va a registrar, me temo,
muchas otras sillas vacías: las de los bolivarianos del Alba (aunque las
espantadas de Cuba y Venezuela son ya casi tradicionales), la de
Cristina
Kirchner (y no solamente por la convalecencia de la peculiar presidenta
argentina, claro), la del chileno
Piñera...y quién sabe cuántos otros
faltarán, excusándose en el último minuto. Simplemente, ocurre que estas 'cumbres',
con las variantes coyunturales que se han producido en América, y por supuesto
en Europa y en España, interesan bastante menos que antes a quienes participan
en ellas. Es obvio, por lo demás, que España ha perdido peso específico,
político y económico, y también como 'puente' hacia la UE, entre
los países hermanos de Latam. Y, desde luego, la ausencia de Don Juan Carlos,
que cuenta con enormes simpatías en el otro lado del charco, ayuda poco a
recuperar ese peso.
Ahora, falta saber si entre
el
Príncipe Felipe, que aparece como una especie de 'convidado por la
puerta de atrás' en esta 'cumbre', y el presidente
Mariano
Rajoy, que lleva a su muy discreta esposa como 'primera dama',
pueden cubrir el enorme hueco de carisma que deja vacante el Rey doliente. He
comprobado alguna vez el prestigio que el heredero de la Corona española
acumula en los ambientes políticos latinoamericanos, aunque no ocurre lo mismo
a una escala más popular: sigue siendo un relativo desconocido, y ahora tiene
la oportunidad de potenciar su figura, aunque, al no ser jefe de Estado, no
podrá estar en un plano de igualdad con sus futuros 'colegas'
latinoamericanos. En cuanto a Rajoy, llega a la ciudad de Panamá agobiado por
problemas internos, entre los que destaca el de Cataluña, un proceso secesionista
que los latinoamericanos no acaban de entender; llega lastrado por su
inmovilismo político y por la sensación de que, en política exterior, está
lejos de haberse comportado como un estadista, aunque su aureola de hombre
prudente le precede. Yo apostaría por una presencia de Rajoy en la que este
tratará de posicionarse como el mandatario de un país que se recupera, con
dificultades que no negará, de sus caídas económicas y que se encuentra en una
estabilidad política que, sin embargo no le reconocen muchos periódicos del
continente.
A Rajoy, a quien le gustan
poco los periodistas, le toca ahora consumir este fin de semana latinoamericano
tratando de potenciar moralmente y de publicitar esa 'marca España'
tan alicaída. Lo mismo cabe decir del Príncipe, a quien le han dejado un papel
complicado: no es el principal representante de España en esta 'cumbre'.
Y será la diplomacia española la que teja -o no-el vestido con el
que se mostrará nuestro país en esta 'cumbre', también algo
devaluada: es la penúltima que se celebrará con carácter anual -a partir
de 2015, serán bienales-y es la última organizada por el secretario
general iberoamericano, el octogenario Enrique Iglesias. El uruguayo ex
presidente del Banco Interamericano de Desarrollo ha hecho una buena labor,
pero está ya declinante, y para sustituirle suena una figura relativamente
secundaria, la de la ex vicepresidenta segunda costarricense Rebeca Grynspan,
que hoy ostenta un alto cargo (secretaria general adjunta) en el Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Otra oportunidad perdida, a mi
juicio, de haber colocado en este puesto, que puede ser clave, a una figura
verdaderamente relevante en España y en toda América Latina: ha ganado el
politiqueo, el afán por no provocar roces con nadie, y de ahí el probable
nombramiento de la señora Grynspan, que no es personalidad conflictiva. Y, por
cierto, ¿cuál es la agenda de temas a tratar, y resolver, en este evento? A
nadie parece importarle; como siempre ha ocurrido...
Y esa viene a ser la tónica
de esta 'cumbre': la huida de lo polémico, de las aristas...y
de cualquier paso verdaderamente adelante. Terreno, este tan llano, paradójicamente
complicado para quien, como la representación española, tiene necesidad de
pisar fuerte, de hacerse notar. ¿Lo lograrán?
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