Se diría que esta semana, en
la que
Mariano Rajoy hablaba en las Naciones Unidas y
Artur Mas no lograba ser
recibido en Bruselas por los 'dirigentes de Europa'
Durao Barroso y
Van Rompuy,
ha sido bastante mala para el president de la Generalitat catalana. Tan mala
que a uno le cuesta entender cómo es
posible que Mas no se haya percatado ya de algunas cosas evidentes, comenzando
por la constatación de que Cataluña no va a ser una nación independiente. No
había sino que ver esa fotografía en la que, en el acto de celebración de la
Mercé, el
molt honorable president aparecía rodeado de los máximos mandos militares
y de la Guardia Civil en Cataluña, uniformados de gala, ostentando no pocas
condecoraciones: era el Estado, que se hacía presente en una imagen bastante
difundida por varios medios, aunque no principalmente catalanes. No, no habrá
independencia, al menos en los próximos diez años, porque, a partir de entonces
¿quién puede ya predecir a tan largo plazo?
Desde luego, no diría yo
tanto como que Mariano Rajoy lo esté haciendo bien en su política de
comunicación con respecto al problema catalán; en general, la comunicación 'made
in Rajoy' está llena de errores incluso cuando escoge un medio extranjero para
explicar a los españoles lo que piensa y no piensa hacer. ¿Es que nadie ha
explicado al inquilino de La Moncloa y a quienes le rodean que no se puede
pedir a un medio -y menos si es Bloomberg-que corte una parte de las respuestas
dadas por el presidente a su entrevistadora? Pues eso.
Pero lo de Mas es mucho peor.
Me pidieron de un periódico anglosajón con el que a veces colaboro que les
explicase en veinte líneas en qué consiste el pensamiento de Convergencia i
Unió para el futuro de Cataluña. Les dije que, en primer lugar, Convergencia va
por un lado y su socio Unió, por otro. Y que, por primera vez, hay que tomarse
en serio los tambores de ruptura de esa coalición. Y añadí que, en segundo
lugar, en la propia Convergencia hay diversidad de opiniones, por decir lo
menos. Cosa que queda reflejada en los más recientes discursos de Artur Mas,
que ya anda proponiendo una consulta a los ciudadanos (solo a los catalanes,
claro) con tres respuestas posibles. El 'sí' a la independencia, el 'no' y, se
supone, eso que se llama difusamente la 'tercera vía', que es, a su vez, objeto
de varias propuestas, desde el 'modelo Commonwealth' (un pacto con la Corona)
hasta arreglos constitucionales de menor calado, pasando, claro está, por la
concesión del pacto fiscal como en el País Vasco.
Si le digo la verdad, yo
incluso dudo de que se celebre la consulta, aun en el caso de que el Gobierno
central acabase accediendo a ella. A Mas no le conviene, una vez que los
catalanes han comprobado varias cosas: que el referéndum escocés va a derrotar
a los independentistas; que, de entrar en la UE una vez independizados, nada de
nada; que ni
Hollande, ni
Merkel, ni
Cameron, ven con buenos ojos el proceso
secesionista; que el Banco Central Europeo, tampoco; que algunas empresas multinacionales
radicadas en territorio catalán se mudarían de inmediato de seguir por el
sendero marcado por 'esta' Generalitat;
que la economía de la zona sufriría un quebranto, aun cuando los españoles
mantuviesen el comercio y el turismo con una Cataluña independiente...En fin, para
qué seguir; me parece que la lista de inconvenientes supera con mucho, viendo
las cosas de manera objetiva, a la de las ventajas.
Otra cosa es que se rechace
de plano la objetividad para sustituirla por el fanatismo. Porque los dioses,
cuando quieren perder a los hombres, primero los ciegan. Y Mas es capaz, si no
puede organizar su referéndum, hasta de anticipar unas elecciones autonómicas
para convertirlas en un plebiscito...y perderlas, como todo el mundo menos él
sabe, a manos de Esquerra, que sí tiene, como en el otro lado el PP y
Ciudadanos, las cosas muy claras. Esas elecciones consagrarían la ruptura con
Unió, la catástrofe para Convergencia y también, por supuesto, para los
socialistas, cuya posición real no hay quien la entienda.
Así que, con ese panorama,
tampoco es extraño que Rajoy, en lugar de buscar soluciones activas al problema
catalán, haga lo que más le gusta: esperar a ver si se pudre el asunto. Que
tiene, como he explicado, bastantes visos de pudrirse. Solo que acaso para que
todo resulte aún peor.
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