Balboa: una historia que debe reescribirse
jueves 26 de septiembre de 2013, 16:28h
Como no podía ser menos, también en
este V centenario del descubrimiento del Océano Pacífico (que se cumple este 27
de septiembre) ha vuelto a salir la cuestión de que todavía hay mucho que
investigar sobre la figura de su protagonista, Vasco Núñez de Balboa y, sobre
todo, de su relación con el gobernador que fuera su inmisericorde verdugo,
Pedro Arias Dávila. Y hay varias razones que justifican esta búsqueda.
Una de ellas es que hay muy poca
información documental sobre la vida de Balboa. De los primeros 25 años de su
vida, antes de embarcar para el Nuevo Mundo, apenas hay cuatro datos aislados
sobre su nacimiento en Jerez de los Caballeros y su servicio como paje y luego
escudero del señor de Moguer, Pedro Portocarrero el Sordo. Después, cuando
vivió en La Española, de 1502 a 1510, tampoco hay mucha información
consolidada. Y más tarde, cuando en Tierra Firme las crónicas ya comienzan a
hablar del personaje, una mano negra se ocupó de borrar posteriormente
cualquier vestigio que Balboa pudiera haber dejado directamente. Apenas se han
salvado dos de las muchas cartas que el jerezano intercambió con el Rey
Católico, entre muchos otros documentos sospechosamente desaparecidos. ¡Vaya si
tenía don Vasco poderosos enemigos en la Corte!
Claro, ya sabemos que, desde que la
Historia dejó de ser aquella erudición positivista y ha pasado a ser "ciencia
blanda y abierta" (al decir de Sartori), está condenada a ser sucesivamente
reescrita. Pero eso no quiere decir que esta disciplina haya perdido su objeto
ni sus métodos propios. Es decir, no significa que haya que apuntarse al "todo
vale" metodológico que nos propusieron hace ya un tiempo los postmodernos. No,
todavía hay que señalar que existen buenas y malas maneras de escribir y
reescribir la Historia. Y de ambas cosas hay múltiples ejemplos.
Veamos uno en cuanto a esta
contraposición que muchos historiadores han hecho entre Balboa y el gobernador
Pedrarias. En el País Semanal, que está dando cumplido seguimiento a esta
efeméride, mi buen amigo Fernando Pajares escribe al respecto y resuelve este
asunto de un plumazo: "Al decir de los cronistas, Pedrarias era un mal bicho";
mientras que acerca de Balboa hace suyas las palabras que Octavio Paz escribió
sobre Cortes: "Fue un hombre extraordinario. Un héroe en el antiguo sentido de
la palabra. No es fácil amarlo, pero es imposible no admirarlo".
Bueno, pues eso es precisamente lo
que necesita ser reescrito. Ni un Vasco tan magnífico ni un Pedrarias tan
pérfido. Pero hay que hacerlo evitando las malas maneras. Por ejemplo, no hace
mucho se publicó un texto de una autora norteamericana, Betanny Aram, que se pasa
al extremo opuesto. Pedrarias es presentado como un hombre ecuánime, que
"refleja un carácter generosos y conciliador" (sic); y así, sobre el amañado
juicio a Balboa y su posterior decapitación, todo resulta ser producto del acentuado
sentido del deber del gobernador: "Ni la lealtad hacia un servidor o hacia un
hijo adoptivo impidió a Pedrarias cumplir con su deber". ¡Un poco fuerte
¿verdad?!
Desde luego, para Aram Balboa es un
delincuente "que se consideraba impune a las leyes". Y así continua el texto hasta
el final.
Claro, hay un pequeño detalle
interesante. Aram preparó su escrito sobre la base de los archivos familiares que generosamente
le abrió el Conde de Puñoenrrostro, descendiente directo de Pedrarias Dávila.
Suponemos que con la más sana intención de reflotar la hundida imagen de su
antepasado. Bueno, no es la primera vez que esta noble casa lo intenta. Desde
que perdiera el juicio contra el historiador Antonio de Herrera a comienzos del
siglo XVII, no ha transcurrido siglo que no volviera a tratar de reescribir la
historia a favor de su abuelo Pedrarias. Ahora solo lo ha intentado de nuevo.
No hay duda, pues, de que la historia
de Balboa (y su pleito con Pedrarias) merece ser investigada más a fondo, para
reescribir otra más ponderada en que probablemente Balboa no aparezca tan heroico
ni Pedrarias tan mal bicho. Pero esa reescritura debe hacerse de buena forma,
sin dejarnos caer en simpatías románticas ni conveniencias familiares. La
historia será ahora una ciencia blanda y abierta, pero sigue necesitando del
rigor para ser reescrita.