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El cuaderno del almirante

El cuaderno del almirante

Por Gabriel Elorriaga F.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
lunes 23 de septiembre de 2013, 11:30h
            Cuando hace unas semanas fue abordado en alta mar un velero, con bandera de Gibraltar, cargado con ochocientos kilos de cocaína, me acordé de las navegaciones a vela del almirante Elorriaga por aquellos mares, en el siglo XV. La última vez que vi la imagen del marino fue cuando un alcalde de Zumaya, la antigua Bardulia romana; pues es falso el mito de que el País Vasco no fue romanizado; me acompañó cortésmente hasta la iglesia parroquial para contemplar el tríptico de estilo flamenco allí emplazado, atribuido a Hugo van der Goes, uno de los mejores pinceles de su época, cuya parte central representa una Crucifixión. Un sacristán de los que no se quitan la boina ni dentro del templo, abrió las puertas que cerraban el tríptico y en cuya cara externa estaba pintado en grisalla el arcángel Gabriel, protector de la familia Elorriaga. En el tablero central, devotamente arrodillados en actitud orante, permanecían, indiferentes al paso de los siglos y como recién pintados, el almirante, su esposa y sus hijos, fundadores de aquella capilla.
 
            En aquellos tiempos, los barcos del almirante estaban más afanados en la pesca de la ballena que en misiones guerreras. Pero el Rey Fernando el Católico decidió completar la unidad de España comiéndose, uno a uno, los granos de la Granada musulmana y, como era muy inteligente, comprendió que para hacer desaparecer aquel último reino exótico de la Península, lo más efectivo era dificultar los suministros y ayudas navales que cruzaban el Estrecho. Los Reyes Católicos, parsimoniosamente acampados en el recinto de Santa Fe, contemplaban las escaramuzas de los caballeros cristianos y de los jinetes moros como quien contempla un partido de futbol. Pero D. Fernando sabía que la contienda acabaría no porque Boabdil fuese un rey cobarde sino porque no era un rey marinero y su reino no tenía futuro si los caminos de la mar se hacían incómodos para el tráfico y sus limitados puertos dejaban de ser una guarida segura para los negocios y cambalaches extrapeninsulares. Para ello recurrió a los barcos vascos del almirante Elorriaga que, con otras flotas cantábricas, constituían la reserva naval de la época en que aún no existía una marina estatal regular pero si una conciencia unitaria de España. Con aquellos barcos patrullando pacientemente entre España y África y repostando, cuando era menester, en la bahía de Algeciras; donde, entonces, se podía pescar sin interferencias ni bloques de hormigón; el reino de Granada iba enflaqueciendo de tal manera que apenas era algo más que los maravillosos recintos de la Alhambra y el Generalife y algunos puertos aledaños. Cuando llegó la hora de izar banderas victoriosas sobre las almenas granadinas, los eficaces marinos no formaban parte del espectáculo. Se fueron, tan discretamente como habían venido, a sus bases cantábricas, como corresponde al estilo de las sutiles pero decisivas operaciones navales. Quizá volvieron a la pesca de la ballena mientras esperaban ser llamados para nuevas empresas históricas. Colgaron sus exvotos de gratitud en la iglesia de Zumaya y se hicieron pintar como buenos cristianos en el tríptico del flamenco Hugo van der Goes.
 
             Es curioso como Juan Elorriaga, con toda premeditación, encargó el tríptico durante un viaje a Flandes, lo que hace suponer su interés por la pintura y unos conocimientos artísticos notables en el ambiente de Zumaya. Llevaba las medidas del lugar donde pensaba instalarlo, en la capilla de San Bernabé de la iglesia parroquial y un retrato suyo, hecho en España, con el que, a juzgar por lo dicho, se consideraba suficientemente parecido. Como su esposa no le acompañaba, eligió una mujer entre las modelos del pintor que consideró que se le parecía. En cuanto a sus hijos, que también quiso inmortalizar en el tríptico, le dio al pintor sus edades y le dijo que los imaginase con rasgos parecidos y mezclados del padre y de la madre. Así consiguió plasmar lo mejor posible una familia completa.
 
            Cuando , en nuestros días se divulgan los mensajes que el ministro García-Margallo remite a su colega británico William Hague para intentar solucionar los problemas creados por la colonia gibraltareña en las aguas que rodean al Peñón, llamado La Roca por los ingleses, pienso que no está en la buena estrategia del almirante Elorriaga. El contencioso de Gibraltar no se resolverá solucionando los problemas que origina sino dejando que se compliquen cada vez más. Los tráficos ilícitos, el contrabando y los blanqueos financieros no deben permitirse ni con bloques de hormigón ni sin ellos. Los conflictos de jurisdicción sobre aquellas aguas son las consecuencias arrastradas por un enclave político antinatural y un Tratado de Utrecht anacrónico pero insustituible. Nada debería hacerse para liberar a una colonia de las servidumbres de su condición peculiar, mantenida a contrapelo de la doctrina de Naciones Unidas y de los cambios históricos. Dar soluciones ocasionales al "estatus quo" es prorrogarlo a cambio de nada. Si el almirante Elorriaga se hubiese dedicado a normalizar el tráfico naval en el Estrecho, en vez de estorbarlo, quizá aún hoy existiría el Reino de Granada. Es verdad que hicieron falta ocho siglos para completar la integridad del territorio hispánico, aunque no tanto tiempo desde que se decidió operar con medios marítimos. Aquí y ahora, con aguas jurisdiccionales o sin ellas, es necesario asumir el peso de la presencia en las aguas de interés económico, sin dejar huecos para ningún tráfico ilícito, ninguna actividad antiecológica ni ninguna evasión fiscal. No basta con vigilar con celo la estrecha puerta de tierra de una verja sino los anchos espacios del mar, del aire y de la electrónica.

Gabriel Elorriaga F.

Ex diputado y ex senador

Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.

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