lunes 16 de septiembre de 2013, 09:45h
Hay siempre conceptos
dominantes en ciertas épocas y lugares. Hoy, sin embargo, la globalización parece chocar con los particularismos y esos conceptos llegan a hacerse casi universales. Si tuviera
que escoger uno que defina nuestro tiempo, probablemente lo haría con el de
"calidad", eso sí, contraponiéndolo
de forma paralela e
indisoluble con el de "hipocresía." Si me lo
permiten, me explico.
No hay
página web, negocio de todo tipo,
administración, club deportivo, iglesia, restaurante, tienda de moda, frutería,
chiringuito en internet, hotel o banco -por
poner solo algunos dispares ejemplos-
que no cuente con un
inevitable buzón de sugerencias,
que es la mejor forma de decir al público, al cliente, que es él quien
realmente importa, quien únicamente da sentido a la existencia del negocio o la actividad de que se trate.
Dime qué piensas de mí, cómo puedo
mejorar que, en cuanto pueda, pongo en práctica tu sugerencia.
Datos, datos, datos
Sí, ya, pero
esto es solo sobre el papel, porque la realidad es bien distinta. No hay más
que mirar, por ejemplo, y refiriéndose a los bancos, un reciente informe del
Banco de España, según el cual en 2012
se presentaron ante el Servicio de Reclamaciones del Banco de España 43.647 nuevos casos (un incremento del 20,7% sobre el año 2011),
de los que 14.313 fueron reclamaciones y quejas mientras que 29.334 fueron
consultas. Lo malo es que de los 2.838 informes emitidos a favor de los
clientes por el Servicio de Reclamaciones, solo en 519 casos (el 18%), las
entidades bancarias rectificaron su
decisión inicial. Es decir, en el 82% de las situaciones la entidad decidió
mantener su posición, pese a que el Banco de España dio la razón al cliente.
Mucho me
temo -y, desde luego, mis experiencias
personales apuntan hacia el mismo lado que el informe del Banco
de España- que en otros sectores de
actividad ocurre tres cuartos de lo mismo. Y, si esto es así,
la pregunta surge natural y espontáneamente: ¿para qué poner los buzones de sugerencias si, al fin
y al cabo, no voy a aceptar
la mayoría de ellas, por muy fundamentadas, razonables y ajustadas
al sentido común que sean? La respuesta
también es bien sencilla: porque
si proclamo que el cliente me importa un pito, lo más
probable es que este
ni siquiera traspase la puerta de
mi establecimiento y, entonces, lo de comprar
todavía menos.
Por
esta contundente razón decía yo al principio que
la moneda de la calidad en el servicio lleva siempre implícita, en el envés de la
misma, la hipocresía, el fingimiento, la falsedad, el servilismo y la
obsequiosidad y no el verdadero interés
en ayudar al cliente y tratar de
aceptar sus puntos de vista y sus intereses porque eso lleva consigo alterar los planes, las rutinas y las metodologías de los empresarios que fundamentan
el objetivo de engrosar
cada vez más su cuenta de resultados más
en el engaño que en la
satisfacción del cliente.
Moraleja: si
no vas a
escuchar las sugerencias de tus
clientes, agradeceríamos mucho que, sencillamente,
eliminases el buzón.
Columnista y crítico teatral
Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)
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