Se acaba de inaugurar el nuevo
curso político y por lo pronto parece prometedor. Teniendo en cuenta cómo se
cerró el anterior y con la cantidad de asuntos que la actualidad política
ofrece a diario, este va a ser un curso que, sin duda, no va dejar indiferente
a nadie. Corrupción política. El Gobierno desangrándose por los cuatro costados.
La oposición que no consigue armar un proyecto alternativo creíble. El
descrédito hacia la clase política in
crescendo merecidamente y por momentos. La incapacidad de propios y ajenos
a la hora de encontrar soluciones a una crisis económica que parece no tocar
fondo.
La ausencia de explicaciones a la opinión pública. Son los ingredientes
básicos con los que se cerró el curso político anterior y, para nuestra
desgracia, se vuelve a abrir el nuevo. Así, por ejemplo, la comparativa entre
Rubalcaba y Rajoy en relación con los ingresos que han obtenido el uno y el
otro en los últimos años, es más una cuestión propia de patio de colegio que de
políticos. Lo que enciende la mecha de la indignación de la gente en cuanto a
los sueldos de los políticos no es tanto la cantidad que cobran, sino la forma
en la que la política ha sido profesionalizada. Cómo los partidos, han dejado
de ser un instrumento al servicio de la sociedad para convertirse en verdaderas
máquinas de colocación de sus acólitos, es el verdadero quid de la cuestión. Si
a ello le sumamos los casos de corrupción que, con su máximo exponente en el
conocido caso Bárcenas, recorren a lo largo y ancho toda la geografía española,
es más que normal que, la indignación de la gente y la falta de credibilidad se
hayan convertido en elementos configuradores del ideario colectivo.
Si además,
las explicaciones que se nos da a la opinión pública ante acusaciones tan
graves como las que planean sobre el Presidente del Gobierno, llegan tarde y
mal, es inevitable que la sociedad esté a punto de entrar en una situación de
cólera colectivo. Si a ello sumamos el hecho de convocar a los medios de
comunicación en el final de sus vacaciones para que lo veamos pasear
tranquilamente por el campo como si en este país no hubiera más de 6 millones
de parados, cuando en momentos clave ha tenido la insensibilidad de comparecer
ante la prensa escondido detrás de una televisión de plasma, insisto en que es
muy difícil no entrar en cólera colectivo.
Pero esto no es lo
peor. Lo que de
verdad es un quebradero de cabeza es la ausencia de alternativa política
con la
que hacer frente a esta situación, y con ello, me estoy refiriendo
claramente
al PSOE. El partido socialista ha caído en desgracia por méritos
propios. Lo
que debería preguntarse Rubalcaba en particular y la dirección del
partido en
general es lo siguiente: ¿Cómo es posible que se mantenga en el poder un
Presidente del Gobierno que ha incumplido su programa desde la a hasta
la z,
cuya palabra ha perdido todo el valor ante los ciudadanos/as; que
planean sobre
él acusaciones muy graves de posible corrupción; que tiene a su propio
partido
abierto en canal y que no tiene ninguna credibilidad en el exterior?. La
respuesta es sencilla. Se mantiene en el poder porque el partido que
debiera
ser alternativa no sabe ni por dónde va. Hace muchos años que abandonó
sus
propios principios y no dispone ni de programa ni de líderes que
ofrezcan credibilidad
a una ciudadanía cada vez más apagada. Y así, faltos de esperanza,
abrimos este
nuevo curso político