Razones para la desconfianza
martes 03 de septiembre de 2013, 14:40h
Dice Ana María Matute, ese prodigio de escritora y de mujer que "la
cabeza me funciona: la tengo tan mal como siempre". Como la política. Funciona...
como siempre, mal. No se ven en vísperas del otoño político "brotes verdes",
signos de que algo vaya a cambiar en la esencia del funcionamiento de la
política. Ninguno de los grandes partidos hace examen de conciencia de sus
errores, que son muchos; de su alejamiento de los ciudadanos, cada vez mayor;
de lo negativo que es este permanente enfrentamiento con el contrario, sin que importe
la verdad ni los acuerdos, sino los réditos obtenidos de la descalificación del
contrario; de la falta de diálogo con los sectores sociales que deberían
dinamizar la economía, la justicia, la sanidad, la educación... Parece que este verano
los políticos han recargado las pilas para hacer más profunda esta separación
entre quienes gobiernan y quienes sufren los efectos de esa acción.
Hay en el Parlamento una
batería de leyes que puede cambiar de arriba abajo la sociedad española... al
menos por un tiempo. Pero algunos errores pueden ser indefinidos y el daño
causado por la falta de acuerdos, de diálogo, de pacto puede ser irremediable.
Ni podemos estar sometidos a un cambio legislativo permanente ni es posible
avanzar sin una seguridad jurídica mínima que de estabilidad.
Fuera de España no sólo
preocupa el impresionante número de escándalos y la corrupción que no cesa y
que afecta a casi todos, sino esa selva legislativa autonómica y nacional, que
impide saber qué se puede hacer en cada autonomía. Y, sobre todo, este
permanente cambio para legislar, en muchas ocasiones, en sentido contrario al
que se aplicó apenas hace dos o cuatro años. Hay expertos que calculan que
nuestro Estado, central y autonómico, "produce" al año casi un millón de
páginas entre normas y disposiciones de distinto rango que nadie, por supuesto,
es capaz de saberse y ni siquiera de aplicar. Son, además, normas con
certificado de defunción a plazo fijo -las siguientes elecciones- aunque, en
ocasiones, los nuevos se olvidan de derogar las normas anteriores. La
legislativa es la única selva que no sufre los efectos de la deforestación y
que crece imparablemente.
Este Gobierno tiene en el
Parlamento, en distintos trámites, o a las puertas del mismo, más de veinte
proyectos de ley, que sumar a las 8 leyes orgánicas, las 17 leyes y los 29
reales decretos ley que se aprobaron en 2012. Cuando se complica la situación
de la economía o se eleva el ruido de la
corrupción, se saca Gibraltar o se envía un nuevo proyecto de ley a las Cortes.
No importa que esté mal escrito, que sea técnicamente defectuoso, que no tenga
consenso social suficiente o que vaya a complicar los problemas en lugar de solucionarlos.
Lo importante es legislar sobre todo y de cualquier forma. Y cuando se aprueba,
el partido de la oposición lo lleva al Tribunal Constitucional donde pasarán
años y años hasta que haya respuesta. Así nos va.