A mediados de 2009,
un programa de la televisión turca, Los arrepentidos compiten, con claras conexiones con formatos como Gran Hermano levantó ampollas en forma
de críticas y protestas de las autoridades religiosas del país. Se trataba de un pseudo reality en el
que representantes de varias confesiones religiosas competían para tratar de
convertir al islam, al cristianismo, al
judaísmo o al hinduismo a diez ateos. El premio para aquellos que
lograsen el objetivo del programa era un
viaje para visitar los lugares santos de las confesiones participantes.
Creía yo entonces
que se había llegado al culmen de
la estulticia y la ignominia en el
campo de la programación de TV. ¡Craso error! Hace solo unos días, Ángeles
Espinosa, corresponsal de El País
en el sur de Asia, escribía en su periódico desde Dubái una noticia
de una barbarie aún mayor
que la referida o la de Gran Hermano
que, supongo que por algo lleva
ya en España 14 ediciones, año tras año,
concitando el interés de ciudadanos
televidentes, cultos seguidores de una
iniciativa surgida, alimentada y sostenida
en el país de Cervantes,
Quevedo, Valle Inclán, Lorca o Muñoz Molina, por poner solo unos ejemplos de
autores en cuyas obras esos televidentes podrían encontrar mucho más y mejor provecho a su tiempo de
ocio.
En concreto, la periodista hablaba de
la existencia de otro éxito en la
TV pakistaní, ¿Quién quiere ganar un
bebé?, programa que entrega en directo niños a
parejas que no pueden tenerlos. La pregunta
que da título al programa la
formula a diario Aamir Liaquat Hussain,
su controvertido presentador, quien junto a
Chhipa, la ONG que le
proporciona las criaturas, justifican el programa como fórmula de concienciación de la población pakistaní de
que no se deben arrojar a los niños no deseados (hijos ilegales o nacidos en familias muy numerosas o con escasos recursos) a la
basura.
El fin y los medios
Un objetivo más que loable que, además, apoyaría cualquier
ser humano con dos gramos de conciencia, puede
deslegitimarse automáticamente en función de los métodos utilizados. El fin -por mucho que se empeñe Maquiavelo- no siempre justifica los medios. Este puede ser un ejemplo tan claro como cruel, no solo para el
bebé afectado, que no tiene absolutamente ninguna mínima garantía de
que la familia en que
vaya a "caer" sea la idónea, sino para la misma sociedad que
permite y alienta prácticas como
esa.
La lucha que en cualquier país civilizado tienen que llevar a cabo aquellos padres que, por una u otra razón,
determinan adoptar a un hijo, desde
luego que va mucho más allá de la que
supone acudir y ganar
un show televisivo. El interés
legítimo de las administraciones
públicas por determinar la idoneidad de las parejas adoptantes, que están repletos
de lógicas
y previas investigaciones de carácter económico, psicológico, social,
etc., debe extenderse a
acabar con prácticas como las llevadas a cabo en programas como "¿Quién quiere ganar un bebé?", que
trivializa y ensucia la voluntad y la inteligencia de toda una
sociedad que debe seguir alentando una de
las actitudes altruistas
y humanas de las más bellas y generosas que ha
producido la humanidad en
los muchos siglos y siglos
que lleva poblando la faz de la tierra: el de reconocer
como propio, con las mismas obligaciones
personales y legales, a los "Hijos
del corazón", como
acertadamente los denominó José Antonio Reguilón en un libro del mismo nombre.