Para un periodista, máxime si
le ha tocado ser empresario del sector, aunque sea un empresario muy pequeño,
como es mi caso, resulta muy tentador reflexionar en público sobre lo que ha
ocurrido con el Washington Post, vendido esta semana por una cantidad relativamente
modesta (188 millones de euros) a alguien ajeno a la tradición del mundo periodístico,
como el multimillonario fundador de Amazon,
Jeff Bezos. Uno de esos tipos de Silicon
Valley con alergia a las corbatas y amor, en cambio, por las camisetas y trajes
negros, tan caros a los mandarines del mundo de Internet. Una de las viejas 'damas
grises' estadounidenses, como se llamó al WP -y al New York
Times--, en manos de uno de esos genios de negro -nada que ver con los 'hombres
de negro' que a veces nos envía la UE-- que hicieron de la Red un modo de
fortuna y también de servicios nuevos a los ciudadanos de todo el mundo.
Me pregunto para qué quiere
Bezos meterse en un lío del que lo ignora casi todo, adquiriendo un periódico
legendario -el del Watergate-que le va a significar, sin duda,
quebraderos de cabeza financieros -el WP lleva ocho años perdiendo dinero
irremisiblemente-y, claro está, políticos: ¿qué hará Bezos cuando haya que
posicionarse frente a decisiones de
Obama como las relacionadas con
Snowden,
con
Assange, con el soldado
Manning, con el espionaje a una agencia de prensa,
con la ocultación de todos los detalles sobre la muerte de
Bin Laden, como el
mantenimiento de Guantánamo? ¿Qué haría si tuviese que tomar la decisión, heroicamente
asumida en su momento por
Katherine Graham, de publicar aquel espionaje en el
hotel Watergate que hizo caer el presidente Nixon?
Acabo de regresar a Madrid de
Nueva York, donde he tenido ocasión de compartir perplejidades y preguntas con
algunos colegas que allí trabajan, y me parece que ellos se plantean los mismos
interrogantes, semejantes dilemas. Claro, Bezos ha comprado 'a la baja'
un periódico que hace diez años hubiese valido muchísimo más dinero, y, en el
fondo, pagar doscientos cincuenta millones de dólares cuando tienes una fortuna
personal de veintiocho mil millones es 'peanuts', como dicen los
comentaristas especializados. Pero el WP es una máquina de perder dinero e
influencia frente a medios surgidos en Internet -como el diario 'politics'-y,
hasta ahora, solamente la reducción de plantillas y de costes permitía seguir
tirando, mientras los Graham, propietarios de tres generaciones, comprobaban
cómo otros periódicos tradicionales tenían que cerrar o vender a postores que,
como Bezos, poco tenían que ver con el negocio y menos aún con el oficio. Una
revolución se estaba operando en la Meca de las libertades de exresión, los
Estados Unidos.
Prefiero creer que Bezos, que
es el prototipo del emprendedor -Amazon estuvo dieciséis años
sobreviviendo antes de ganar dinero--, es, además, un filántropo que hará
buenas sus promesas a la redacción del WP de mantener la línea liberal del
periódico; entonces, esta transacción tan sorprendente sería una excelente
noticia. Pero algunos de sus intereses colisionarán con esta línea,
especialmente en lo que se refiere a críticas al funcionamiento de la Agencia
Nacional de Seguridad, que tantos 'oídos' ha colocado ilegalmente
en todo el mundo, España probablemente incluida. Y también prefiero pensar que
este hombre, que se ha hecho tan rico vendiendo libros por Intenet, está
asumiendo un reto empresarial apasionante, más que comprando una manera de
traficar con influencias, objetivo no del todo ajeno a algunos -menos mal
que son los menos-- conocidos magnates de medios, como el italiano
Berlusconi o
el australiano-británico-estadounidense
Rupert Murdoch. Una de las caras de la
realidad es que Bezos ha pronosticado alguna vez la muerte de la prensa de
papel en menos de una década: espero que haya reflexionado y que ahora ponga su
poderosa mente de mago a la hora de ganar dinero al servicio de nuevas formas
de búsqueda de negocio para un sector, el de la comunicación, que engloba el
bien más deseado por la persona tras la vida y la integridad física: la
información.
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>