lunes 05 de agosto de 2013, 12:15h
El
fenómeno no es solo local, como pudiera parecer a primera vista. A España le acompañan en este viaje, que
parece no tener marcha atrás, otros países occidentales y no solo del entorno europeo, como Grecia, Portugal, Italia y hasta la misma
Gran Bretaña -por poner algunos ejemplos- sino que la fuerza imparable del mismo ha llegado incluso hasta los Estados Unidos. Aquí, allá
y más allá, la distancia entre las
rentas es cada vez mayor: las de los
ricos crecen cada vez más al tiempo que aumenta el número de personas con menos
recursos y familias enteras que antes se les podría encuadrar como clase media hoy
han retrocedido y entrado de lleno en la franja de
la clase baja.
La
causa principal del hecho tiene un nombre que, en los últimos años, estamos ya tan
hartos de escuchar como impacientes y
perplejos por no haber sabido
encontrarle aún soluciones: crisis
económica. Conocerlo tampoco nos alienta
demasiado porque ni gobiernos, ni empresarios,
ni particulares hemos sido
capaces de eludirla y todos -o casi
todos- hemos salido tocados y algo o mucho más pobres que hace cinco años, que fue cuando el tsunami económico se veía venir. Aquí, según parece, los
únicos que han salido
beneficiados por la situación crítica han sido los muy ricos que, como
siempre, acaban aún más forrados de lo
que ya estaban hace un lustro.
Vuelta a la patata
Con
todo, la única bondad de este eterno desierto económico que estamos atravesando, acaso haya sido
el retroceso de ciertos
hábitos alimentarios que ya
nos estaban dominando y que cambiaron
la ingesta habitua de frutas,
verduras, arroz, pan, patatas,
lentejas y judías por
carnes y pescados de nueva cuña, baja calidad o dudosa procedencia y productos
precocinados y enlatados, de todo
tipo. No es que estos últimos no haya que consumirlos, por
supuesto. Líbreme Dios de querer echar
tierra sobre todo un sector industrial
que, además de dar trabajo a miles y miles de personas, ha contribuido a hacernos la vida un poco más fácil. Pero lo
que no puede ser es que movidos, unas veces por el desconocimiento y otras por la comodidad, hayamos renunciado al consumo
más frecuente de productos
frescos y de temporada que, además de ser los más sanos, son los
que resultan más baratos de todo el mercado.
Los pensionistas, es decir, los abuelos -ya lo
hemos dicho más de una vez- , son los únicos
consumidores que han
incrementado el gasto en los últimos
tiempos. Su intervención y su ayuda a
los hijos y nietos que están en paro han
hecho necesario que estos vuelvan a desplegar todas sus facultades de administradores para hacer posible aquello de que "donde
comen dos comen tres". No es cierto eso
de que con más dinero se come mejor.
Ellos lo saben y llevan
practicándolo toda la vida. Pero su modelo supone esfuerzo, trabajo y dedicación.
Y si volver a
las viejas tradiciones de consumo
de productos de temporada y cocinarlos en casa, viniese acompañado del rescate de otras buenas
costumbres como el cultivo de la lectura, las visitas a
exposiciones y museos, los paseos al aire libre,las visitas a parques y
jardines y la práctica de algún
deporte, aunque sea en detrimento
del consumo de TV, hasta daríamos por bien empleado este revés cíclico que llamamos crisis y que, de vez en cuando, hasta puede que venga bien para volver a
situar las cosas buenas en su sitio.
Columnista y crítico teatral
Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)
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