El día más largo, más triste, del año, este 25 de julio de
2013, comenzó, en realidad, poco después de las ocho de la tarde de la víspera.
Todo se preparaba en Santiago para la gran fiesta del patrón, y ya los fuegos
artificiales estaban listos para iluminar la noche y dar paso a las celebraciones.
El destino anda siempre a la vuelta de la esquina y hay momentos en los que
dispara su cólera: primero dijeron que los muertos en el peor accidente
ferroviario que nadie puede recordar eran cuatro, luego diez, luego treinta y
cinco...y así llegamos a esa cifra terrible de casi ochenta fallecidos, ciento
cincuenta heridos, tantas vidas de familiares destrozadas, una nación entera de
luto.
Entrábamos así, con las voces alarmadas en las radios que
iban sumando muertes, en el día más largo. Los ministros, casi todos,
desconvocaban comparecencias previstas y el presidente del Gobierno, rostro
muy, muy serio, volaba hacia Galicia para enfrentarse a una crisis mucho peor
que las que ha tenido que vivir hasta ahora: casi ochenta ataúdes alineados
borran casi todo lo demás. Atrás quedaban los planes para sacar partido a los
buenos datos de la Encuesta
de Población Activa, relegados quedaban los titulares acerca de cómo prepara el
inquilino de La Moncloa
su comparecencia parlamentaria de la próxima semana,
Bárcenas, el maldito Bárcenas,
perdía todo el protagonismo, nada importaba la intervención del personaje clave
de la trama de los ERE ante la juez
Alaya...Era una de esas ocasiones en las
que un país entero queda como suspendido en el aire, atónito: nada más
imprevisible, pocas cosas tan crueles, como la tragedia, cuando lo que se
prepara, lo previsible, era la fiesta.
Y así, en la tensa espera de la lista de las víctimas -
querido
amigo, compañero y casi compinche Enrique Beotas...-, con cientos de
familiares angustiados ante la falta de noticias de algún desaparecido,
presintiendo lo peor, transcurrió el 25 de julio de 2013, el día más largo y
triste que recuerdo desde aquel otro de marzo que a todos nos vino en esta
jornada a la memoria y que, desde luego, no quiero comparar con este, porque
nada tienen que ver uno y otro. Tan atónitos y doloridos estábamos que ni
siquiera pensamos que había llegado el tiempo de buscar responsabilidades, de
completar explicaciones, críticas e investigaciones que ahora llegarán,
ayudando quizá -o no-a evitar que algo tan tremendo se repita. No;
el 25 de julio de 2013 fue el día, como recalcó
Rajoy en su mensaje televisivo -corbata
negra--, de la solidaridad, de agradecer el esfuerzo y la generosidad de tanta
gente, de constatar que los ciudadanos españoles saben ser ejemplares cuando la
ocasión lo requiere.
Toca ahora administrar los días siguientes al día más largo.
Pero lo que sí es cierto es que este 26 de julio, ni el 27, ni los demás, van a
ser lo mismo. Hoy, todos, tuviésemos o no conocidos en el tren maldito,
seguimos siendo víctimas de un accidente absurdo, como todos los accidentes.
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