Usted, o yo, podemos tener el corazón a la izquierda, el
cerebro a la derecha o no sentir, como es mi caso, impulsos políticos, ni a
distra ni a siniestra, más allá de lo que es mi obligación profesional: lo
siento, pero he visto demasiadas cosas a lo largo de mi carrera. Pero usted, y
yo, y confío en que todos, tenemos forzosamente que alegrarnos, esté quien esté
al frente del Ejecutivo, de que la economía muestre signos de cierta recuperación,
de que empecemos a salir de la peligrosa recesión, de que la EPA diga que el número de
parados ha disminuido, aunque sea estacionalmente, y de que comencemos a recuperar
un poco, que no del todo, la estima de los mercados y de los medios de
comunicación exteriores.
Y eso es, me parece, lo que está pasando: España se ha
convertido en un país barato -a la fuerza ahorcan-en el que merece
la pena invertir y cuyas exportaciones están muy bien de precio. La productividad
del trabajador aumenta -por eso, porque a la fuerza ahorcan-a base
de eso que se llama moderación salarial y que consiste en multiplicar los
mileuristas, el turismo está en fase de 'boom' -porque en países
competidores pasa lo que pasa-y vamos, dicen, camino de recoger la
cosecha del siglo. Lo cual no es mérito del Gobierno, sino de la lluvia, que ha
caído cuando debía hacerlo.
Ya digo que esto puede que no sea obra de un Gobierno cuya
reforma laboral inicial en mi opinión no sirvió de nada -mucho más útil
el actual apoyo a emprendedores y autónomos, que es lo que está mejorando, en
lo que cabe, las horribles cifras del desempleo--, cuyos titubeos
internacionales han sido sonados, que no ha sabido instaurar la seguridad jurídica.
Pero que ha sabido, en cambio, aguantar la embestida de los malos tiempos. Aguantar,
ya se sabe, es lo que mejor hace
Mariano Rajoy, para bien en algunos momentos y
para mal en otros.
Pero yo más bien diría que ha sido el ejemplar
comportamiento de lo que podríamos llamar la sociedad civil lo que está
impulsando este aún muy débil soplo de brisa un poco menos viciada: los
sindicatos no han querido tensar la cuerda más allá de lo razonable, las
manifestaciones, cuando se han producido, han mostrado un carácter altamente
ciudadano y, en general, los españoles hemos afrontado con buen ánimo, y con
mucho trabajo, sin perder los nervios, el empobrecimiento colectivo.
Ahora les toca a nuestros representantes ilusionarnos,
hacernos creer que todo esto está sirviendo de algo, que el camino emprendido y
tanto callado sacrificio llevan a alguna parte. Siempre repito que la economía
tiene un fundamental componente de política, y que la crisis que nos ahoga es más
bien moral y política que económica. No es casual que todo el país -y los
mercados-esté pendiente de una intervención parlamentaria que se producirá
la semana próxima, en plena diáspora vacacional, y me parece que nadie espera
que el presidente del Gobierno nos largue en este acto, que tanto le ha costado
conceder, una perorata sobre las expectativas económicas. Confío en que lo de
los brotes verdes, o al menos verduzcos, empiece a ser verdad. Pero aún espero
más que comencemos a ver algún color esperanzador en el helado páramo de esta
política nacional nuestra, tan desesperante.
>>
El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>