martes 23 de julio de 2013, 12:57h
El Papa Francisco I ha ido
a Brasil a escuchar a los jóvenes, a preguntarles qué desean, qué buscan, qué les
preocupa, qué esperan, qué compromiso están dispuestos a asumir personal y
globalmente. Es cierto que esta generación, como ha dicho el propio Papa, tal
vez sea la primera que corre el riesgo de pasar por la vida sin encontrar un
empleo. Una generación desperdiciada, perdida, machacada. Si esto es así, estos
jóvenes de hoy no sólo no tienen presente, tampoco tienen futuro y los
problemas que planteará mañana su situación pueden ser aún más dramáticos,
cuando ya no haya familias que hagan de colchón. Es indudable que hay que
exigir a los Gobiernos que hagan algo, ya, en serio, decididamente por
encontrar una salida al problema del desempleo juvenil, de la desesperanza
juvenil. Lo va a decir en voz muy alta este Papa que mira de frente a los
problemas, que se mete en ellos, que es un papa pobre entre los pobres. Es
radicalmente injusto que la tasa de paro juvenil sea tan elevada en todas
partes. Es un insulto y un despropósito que en España llegue al 57 por ciento y
que no pase nada. Que Gobierno y oposición anden enzarzados en mil historias y
no aborden prioritariamente ésta.
Los jóvenes tienen derecho
al empleo, a la vivienda, a una vida familiar digna. Pero también el Papa les
va a exigir a los jóvenes que hagan algo para cambiar este mundo injusto. Que
no se resignen ante esa "inseguridad que les roba la dignidad de la persona y
la capacidad de ganarse el pan", que no sean pasivos, que no vivan en un ghetto.
Este mundo lo tienen que cambiar ellos desde el compromiso, desde la acción. La
indignación no vale de nada si no hay acción, propuestas concretas y reales,
compromiso personal. Francisco I les va a escuchar y les va a pedir que
escuchen a Dios. Esta Jornadas no son una fiesta de los jóvenes de todo el
mundo pegados a una fe, que también, sino un aldabonazo a las conciencias de
los jóvenes, de los ciudadanos y de los Gobiernos. La JMJ de Brasil, más aún,
porque el país vive momentos muy difíciles y porque Iberoamérica quiere
recuperar su lugar en un mundo que anda perdido sin ideales y sin horizontes.
La Aparecida, la patrona
de Brasil, es un lugar de encuentro permanente de quienes defienden que otro
mundo es posible. Un mundo más austero, más justo, más de personas que de
comerciantes, de derechos humanos, no de explotación. El Papa ha dicho algo
más. Que una sociedad tiene futuro según trate a los jóvenes... y a los ancianos.
Los ancianos pueden hacer poco, pero los jóvenes pueden cambiar el mundo, están obligados a hacerlo.
Hay que mirar a Brasil y a Francisco I
con esperanza de que nadie sea complaciente, sino exigente. Los políticos se
pasan en las alabanzas interesadas a los jóvenes. Parece que solo buscan su voto. Deberían ser
más rigurosos. El reto es de supervivencia. Si nos le damos una salida,
nosotros tampoco la tendremos.