Andamos estos
días hipócritamente escandalizados a uno
y otro lado del Atlántico porque casi por un
"quítame allá esas pajas" hemos
conocido explícita y
públicamente que los gobiernos
norteamericano y francés -al menos, y que , se sepa por el momento- andan
espiando nuestros correos
electrónicos, nuestras llamadas, nuestros itinerarios habituales o menos habituales, el asunto y la
duración de nuestras conversaciones, el peso de los datos que intercambiamos y no sé cuantas cosas más de las que circulan por los famosos
caminos virtuales de Google, Facebook, Microsoft, Apple, Yahoo,...
Todo comenzó
por un golpe de efecto de Edward Snowden, el ex técnico de la CIA
que filtró al diario 'The Guardian' los programas de espionaje de los Estados Unidos de América,
una bromita que le ha costado al joven
espía un periplo a lo Phileas Fog -el célebre protagonista
de "La vuelta al mundo en 80 días ", de Julio Verne- y que
le ha llevado a Hong Kong y a Moscú y
que, al día de la fecha, lo tiene aún sumido
en la incertidumbre de conocer qué país al margen de Rusia, Bolivia, Venezuela o Nicaragua va a querer
darle asilo con esos antecedentes
de "hombre de confianza" que él mismo
se ha labrado.
Días después, el diario
francés ´Le Monde´ destapaba en una información que la Dirección General de la Seguridad
Exterior del país galo (DGSE) investiga
también, y de
forma sistemática, tanto las señales electromagnéticas emitidas por
los ordenadores o los teléfonos dentro del país, como los flujos entre Francia
y el extranjero. En otras palabras, que también
el gobierno francés espía la totalidad
de las comunicaciones.
De todo el asunto, lo único novedoso
es que ha salido a la luz pública
y esto, claro está, choca frontalmente con
la naturaleza intrínsecamente
silenciosa, oscura, privada y
teóricamente secreta de las actividades de estos servicios que los
gobiernos de todo el mundo han tenido siempre a su disposición desde tiempos inmemoriales.
Espionaje cañí
Ya se habían encargado de ilustrar
profusamente estos
turbios escenarios tanto el cine como la literatura. Sirvan solo como apresurado ejemplo,
las figuras del superagente 86, la del agente 007, (siempre al servicio de SM la
Reina) o los vericuetos de los agentes del MI 5 y el MI 6, que Graham
Greene se empeñó en
descubrirnos, de forma tan
interesante como ilustrativa, ya
que a Greene, nadie podía corregirle
pequeños detalles porque fue cocinero antes que fraile o, dicho de otro
modo, sirvió unos añitos
como espía en el servicio de
inteligencia británico.
Pero los ciudadanos
norteamericanos que, al parecer, tienen
muy bien definida la línea de separación
entre la realidad y la ficción
(¡dichosos ellos!), han sufrido una
conmoción por el "affaire Snowden" que a
nosotros nos resulta muy difícil entender. Aquí, a pesar de la Ley Orgánica de Protección
de Datos (LOPD) y de la vigencia y
aplicación de otras cuantas leyes más orientadas
a proteger la libertad, la
seguridad y la privacidad de los
sufridos ciudadanos españoles,
sabemos que nuestros más íntimos datos andan de mano en mano
(y, al parecer, como decía la copla, "ninguno se los quea"). Si no es
así, por favor que levante la mano
quien en los últimos 7 días no ha
recibido una llamada en el teléfono de casa o en su móvil ofreciéndole cambiar de proveedor de
telefonía fija o móvil, ofreciéndole
un seguro de vida o trasladándole la feliz noticia de que ha resultado acreedor
de unas vacaciones
en Marina d'Or pero, eso sí, a cambio de acceder a
padecer en el domicilio propio a una demostración del último modelo de robot de cocina...
Vamos que, se diga o no se diga, se publique o no se publique, tomen
buena nota de que en cualquier lugar
del globo el país que no espía es,
sencillamente, porque no puede.