El portavoz parlamentario del
Grupo Popular dice que la oposición "es cómplice de
Bárcenas",
acaso por solicitar la comparecencia de
Mariano Rajoy en el Congreso de los Diputados
ya este mismo mes de julio, cuando el Legislativo se difumina. Desde Andalucía,
la Junta acusa a la juez
Alaya, que instruye el 'caso' de los ERE,
de "hacer peligrar la democracia" . En un desayuno masivo, el
ministro de Exteriores acusa a los españoles de denigrar al país: una encuesta
dice que el 83 por ciento de los ciudadanos españoles piensa que España es un
país corrupto, mientras que 'solo' el cincuenta por ciento de los
alemanes piensa lo mismo, aseguró, y se quedó tan fresco, el jefe de la
diplomacia. Son apenas tres muestras -pero tengo muchísimas más-de hasta
qué punto parecemos todos, con el calor veraniego, haber perdido la cordura
política.
Lo más cerca de una
explicación oficial que hemos tenido a cuenta de las acusaciones derivadas del 'caso
Bárcenas' han sido las palabras de la vicepresidenta
Soraya Sáenz de
Santamaría, quien, al término del Consejo de Ministros, cuando está obligada a
comparecer ante una prensa que 'siempre pregunta lo mismo' (dicen
en Moncloa), dijo que Mariano Rajoy, el gran ausente, ya dio las explicaciones
que tenía que dar hace meses, se supone que cuando aseguró no haber recibido ni
un sobresueldo de esos que ahora le quieren encasquetar. Por cierto que la
vicepresidente, que sigue siendo la referencia más sólida en la actual
situación, ha perdido, me parece, buena parte de aquella sonrisa con la que
afrontaba a los chicos de la prensa.
Me dice alguna fuente
monclovita que al presidente le están instando para que respete su compromiso
de comparecer ante los medios de comunicación, sin restricciones de tiempo ni
de preguntas, al término de este período político. Eso ocurriría, si ocurre -sería
simplemente una locura que no ocurriese--, el próximo día 26, viernes, tras el último
Consejo de Ministros antes de la diápora. Tal y como lo puso en marcha
Rodríguez Zapatero, tal y como lo ha venido respetando su sucesor, Rajoy.
Sabido es que el actual presidente -sospecho que, en mayor o menor
medida, a todos los que han pasado por el sillón de La Moncloa-le causan
erisipela los periodistas, más aún cuando están en tromba, más aún cuando
tienen en su carcaj tantas oportunidades de formular preguntas comprometidas y,
lo que es aún peor, cuando hay pocas posibilidades de responder evasivamente a
un interrogatorio o de escapar por los pasillos del Parlamento.
Pero, ya que no lo ha hecho
ahí, en el Parlamento, que lo haga ante esos periodistas, tan poco queridos, al
menos, como Cayo Lara o como Rosa Díez, por poner dos casos de incordio
parlamentario. Dudo de que la oposición, por muy unida que pueda estar en ello,
presente una moción de censura, que sin duda perdería por la fuerza del número
de escaños logrados el 20 de noviembre de 2011 -un año y ocho meses de
suplicio para Rajoy y su equipo, aún intocado--. Ya he dicho algunas veces que
resulta impensable que el presidente y sus ministros, y sus dirigentes del PP -no
hay muy buena sintonía entre algunos de ellos, como todo el mundo sabe ya--,
piensen que se pueden marchar de vacaciones agosteñas sin decir ni pío, argumentando
que lo que la oposición quiere es utilizar a Bárcenas como ariete contra la
estabilidad gubernamental y que hay periodistas que se la tienen jurada a
Rajoy desde hace tiempo, y por eso hacen lo que hacen.
Ojala fuera todo tan fácil,
tan esquemático. Hay sondeos que muestran que existe más gente que cree en las
acusaciones filtradas por ese presunto delincuente, tipo antipático donde los
haya, llamado Luis Bárcenas, que a en las (no) explicaciones de ese señor al
que muchos juzgamos honrado y preocupado por el bien de su país, aunque lo
gestione mal, que se llama Mariano Rajoy Brey. Esta, señores, es la realidad.
Una realidad mucho más importante de lo que el inquilino de La Moncloa piensa,
o dice que piensa. ¿El 26-J, pues?
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