Arde el bosque de la política española por los cuatro
costados, mientras los medios de comunicación de medio mundo se ocupan, para
mal, de la situación moral -que no económica, en estos momentos-en nuestro
país. Y cuando medio partido gobernante parece haber declarado la guerra al
otro medio, y conste que no me refiero ahora a ese 'verso suelto',
por lo demás tan necesario, llamado
Esperanza Aguirre: hay otras pugnas
internas, otras ambiciones, que son bien efímeras, de poder. La oposición
baraja presentar una moción de censura, otra parte de la oposición pide
elecciones anticipadas sin más y el último detonante de todo este embrollo, el
ex tesorero
Luis Bárcenas, puede ir a declarar quién diablos sabe qué ante el
juez
Ruz el próximo lunes. Un hombre acorralado en la cúspide,
Mariano Rajoy,
parece incapaz de salir de la trampa en la que se ve metido, puede que en parte
por culpa propia, aunque sin duda en mayor porcentaje por meteduras de pata o
malevolencias ajenas. Esta es, en breves líneas y en suma, una radiografía
posible de la situación.
Pienso que el inquilino de La Moncloa se equivoca
profundamente si piensa que todo esto puede manejarse mirando hacia otro lado, que
se puede llegar a alcanzar la playa acogedora de las vacaciones agosteñas, cuando
nuestra clase política sigue pensando que todo se olvida, arribando a salvo a
septiembre, cuando todo recomienza. Y no. Esto, simplemente, no puede seguir así,
con un Gobierno descoordinado, una oposición que es como el ejército de
Pancho
Villa, una marinería genovesa alborotada y el capitán del barco que a veces
parece como ausente y, cuando está presente, evoca la ausencia a base de no
darse cuenta, o de no admitir, los boquetes en el barco, la intensidad de la
galerna, el conato de rebelión a bordo, la hostilidad de los posibles puertos
de atraque. Esto no puede seguir dependiendo de la parte de sociedad civil
representada en la mejor o peor voluntad de los grandes empresarios, que se
congregan pidiendo serenidad a llamadas del Rey, quien se desgañita desde La Zarzuela clamando por coordinación
y consensos que han saltado, gracias al 'affaire Bárcenas', por los
aires.
Muchas veces he dicho y escrito que pienso que Rajoy es un
hombre honrado, y que es ridículo pensar que iba a tirar su carrera política y
su honorabilidad personal por la borda solamente por un puñado de euros. Pero
su irresponsable -siento utilizar esta palabra- automarginación, su
alejamiento de esta realidad importante -sí, es importante, señor
presidente-, una realidad que supone nada menos que la quiebra moral del
partido que gobierna, puede derivar en consecuencias nefastas. La primera,
fracturas en el propio partido gobernante: cuando la oposición es débil, se
generan divisiones en la formación que está en el poder. La segunda, pérdida de
credibilidad en el interior -que ya es grave-y en el exterior -que,
aunque menos, ya también--. Y, por tanto, una debilidad aún mayor de la
situación política. España no puede llegar a una situación 'a la
portuguesa' y, por este camino, temo que podríamos acabar en un foso
semejante, con el agravante de nuestros problemas territoriales y de una
situación económica que aún no está muy segura de cuánta luz hay al final del túnel.
De hecho, no está segura de que haya final del túnel.
Me parece que, independientemente de las preferencias políticas
de cada cual, hay que convenir en la necesidad de que este Gobierno, al menos
por ahora, se mantenga lo más estable y firme posible, lo más apoyado que la
situación pueda permitir. No, a mí tampoco me entusiasman ni la coyuntura ni cómo
se está gestionando. Pero el desgobierno, sensación que solamente una persona,
Mariano Rajoy, puede prevenir, es lo peor que ahora puede ocurrirnos. Solamente
con esa transparencia de la que tanto se alardea y tan poco se practica, con un
retorno a las más puras prácticas democráticas --¿para qué está el Parlamento
sino para que se discutan situaciones como las que viven el PP con el 'caso
Bárcenas' y el PSOE con los ERE?-se salvarán estos momentos que,
por cierto, no son angustiosos solamente para los políticos presuntamente implicados
-o no--, sino para todos cuantos hemos de ser representados por ellos.
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>