La cifra del descenso del paro en el mes de junio es, vaya
por delante, una buena noticia. Una excelente noticia. Que no aumentase el número
de contrataciones, sugiriendo con ello que un porcentaje considerable se debe a
que algunos desempleados no acudieron a las oficinas del Servicio Público de
Empleo, ese INEM al que hay que reestructurar urgentemente, puede ser un matiz
importante, pero no basta para aguar la euforia oficial. Puede que tanto
entusiasmo no esté justificado, es cierto, pero también lo es que las voces
agoreras, que hablan de la temporalidad del empleo conseguido, de la baja
calidad de los puestos de trabajo, están algo desenfocadas.
Quien tenga hijos o familiares en el paro sabe que
cualquiera de ellos prefiere un 'part job' -algunos quieren
llamarlo 'mini job', para acentuar la precariedad de este trabajo-
a un 'no job'. Quien tenga responsabilidades empresariales tiene
perfectamente asumido que va a ser imposible durante mucho tiempo, si es que la
situación no es ya irreversible, crear puestos laborales como 'los de
antes': fijos y para toda la vida, con la protección que hasta ahora se
daba al trabajador.
Espero, amable lector, que me entienda: claro que yo
prefiero el 'sistema antiguo' a uno en el que la continuidad en el
empleo está perpetuamente condicionada a la marcha económica de la empresa, o a
la coyuntura, o a la inseguridad jurídica que pende sobre nuestras cabezas. Pero
vivimos tiempos de crisis, una nueva era en la que casi nada acabará siendo,
para bien o para mal, lo mismo que antes. Y ya digo: ninguna tragedia me parece
peor que la de la persona obligada a estar mano sobre mano las veinticuatro horas
del día, nada tan nocivo para la marcha de un país que contemplar desde la
impotencia cómo la mitad de sus jóvenes se desgastan en el 'no hacer nada',
perdiendo unas oportunidades que muchos se ven forzados a buscar, en medio de
muy duras condiciones, en el extranjero.
Tengo para mí que las modificaciones en la normativa
laboral, que yo considero una auténtica 'contrarreforma' en relación
con lo inicialmente diseñado, son las que están produciendo los números de mayo
y junio; para mí, es obvio que solamente abaratando los despidos no se logra
crear puestos de trabajo. El descenso de cuotas para los autónomos, la protección
a los emprendedores, tenían forzosamente -cuántas veces se ha repetido,
sin que ni Gobierno, ni patronal ni, menos, sindicatos, quisieran escucharlo
hasta ahora-que dar resultados.
Cierto es también que la temporada turística se presenta, en
parte gracias a la situación interna de países competidores, excepcional, lo
mismo que algunas cosechas agrarias. Cierto que el 'abaratamiento'
de España ha mejorado las exportaciones y ha hecho retornar, aún muy tímidamente,
a algunos inversores. Pero la suerte acompaña a quien sabe encauzarla, y hay
que aprovechar el momento, disminuyendo trabas para la contratación, fomentando
el emprendimiento, creando políticas activas de empleo más que limitándose a
tratar de asegurar los empleos existentes.
Ni la corrupción, que afortunadamente parece que empieza a
ser cosa del pasado, ni la citada inseguridad jurídica, que es uno de nuestros
males endémicos, ni, de alguna manera, el alto porcentaje de economía
sumergida, favorecen la creación de empleo. Pero sí la favorece esa 'revolución
mental' que, de grado o más bien por fuerza, empieza a calar en el ánimo
de los españoles: hace apenas poco más de un año, el setenta por ciento de los
jóvenes encuestados mostraba, como máxima aspiración, la de ser funcionario. Hoy,
me dicen que ese porcentaje ha caído a poco más de la mitad. Emprender, con las
seguridades y las ayudas, oficiales y privadas, que puedan lograrse, parece ser
el buen camino. Aunque, claro está, sea más peligroso que las cada vez más
escasas nóminas funcionariales.
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