La
prisión del ex tesorero del Partido Popular,
Luis Bárcenas, supone el fin de
una etapa, salpicada de irregularidades, de abusos, de corruptelas, de falta de
vigilancia, de indolencias éticas y estéticas. O eso es, al menos, lo que
debería ser. El hombre que, con su talante antipático y altanero, encarnaba un
espíritu de corrupción que ha anidado en lo público y en lo privado en este
país nuestro, compartirá celda en Soto del Real con algunos otros connotados
personajes que abusaron de su cargo o de la 'ingeniería financiera' o,
simplemente, que pensaron que todo les era debido y se pasaban por ahí leyes,
normas y ese espíritu de justicia básico que debe presidir las relaciones entre
las personas.
Es,
ya decimos, quizá el fin de otra etapa de corrupción en España. País en el que
todo se olvida demasiado pronto y en el que casi nadie han resarcido a las
arcas públicas o a las de los damnificados privados el dinero mal habido. Pocos
recuerdan ya nombres como los de
Javier de la Rosa, o el de
Mario Conde -que ahora nos
adoctrina desde la pequeña pantalla-o, incluso, como los de
Luis Roldán, Juan
Guerra, Naseiro...Casi nadie sería capaz de citar de memoria los casos de
corrupción que han asolado todo, o casi todo, el territorio nacional, desde
Filesa hasta Gürtel -eterna instrucción la de este último 'affaire'-. Y es
que, ya decimos, nuestra memoria es demasiado flaca, las responsabilidades
civiles demasiado magras y la mayor parte de quienes protagonizaron los
titulares más negativos disfrutan ahora, tras pasar temporadas acaso demasiado
breves en la cárcel, del olvido y de un relativo bienestar, mientras las
víctimas de sus abusos, es decir, todos nosotros, hemos tenido que resignarnos
al pillaje sufrido.
Luis
Bárcenas es el último de los representantes de esta España del abuso. Por
supuesto, hay que respetar la presunción de su inocencia, pero lo cierto es que
los indicios de culpabilidad dolosa son demasiado fuertes como para extrañarse
de que el juez Ruz lo haya enviado a esa prisión preventiva a la que otros
fueron, acaso, condenados con demasiada precipitación. Ocurre que Bárcenas no
es un mero particular que ha desarrollado su actividad en solitario o amparado
por una cuadrilla encubridora o colaboradora; Bárcenas era el poderoso tesorero
de un PP algunos de cuyos dirigentes del pasado y del presente están acusados
de haber recibido sobresueldos 'sin recibo' y de una administración cuando
menos negligente, quizá lindando en la financiación irregular del partido.
Lo
peor del 'caso Bárcenas' es, a nuestro entender, constatar que muchos
connotados nombres 'populares' están, como titulan algunos periódicos en esta
mañana de viernes, "en vilo" con el ingreso de Bárcenas en prisión. ¿Qué dirá
el ex tesorero, que ya sacó a la luz las incómodas partidas contables? Ese es
el tema: lo mejor que puede ocurrir es que Bárcenas 'cante' todo lo que sepa,
si es que sabe algo más, salpique a quien salpique; solamente así podremos
convencernos de que aquella España del 'pelotazo' , de la opacidad, del
'sobrazo', del dinero en Suiza, ha quedado definitivamente atrás. Y entonces
podremos enorgullecernos de que ha comenzado una nueva etapa en este país
nuestro, en el que los ciudadanos no vivamos obsesionados por la corrupción.
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