Algún día alguien tendrá que explicarme por qué en este país
nuestro hay que tocar lo que no da problemas y dejar intacto lo que sí los da.
Algún día, por ejemplo, alguien nos desvelará el secreto por el que un ministro
impone unas tasas judiciales que nadie había pedido, o una reforma del aborto
por la que, que yo sepa, nadie se había manifestado. O algún día tal vez
hallemos la razón por la que en lugar que es templo de cultura se abuchea a la
mujer del jefe del Estado, que para nada se ha metido con nadie y permanece
ajena a debates sobre el régimen. Algún día, otro suponer, alguien debería
contarnos qué maldición nos aflige para que una de las pocas cosas que en
España permanecía tranquila, el concierto vasco, haya sido zarandeada a partir
de la desafortunada intervención de un político que, para colmo, es catalán y,
para más INRI, quiere para Cataluña un trato fiscal y económico semejante al
que tienen los vascos.
Ya sé, ya sé que el concierto y su consecuencia, el cupo, suponen
un trato injusto con respecto al resto de comunidades autónomas. Pero los
derechos históricos hay que respetarlos, como los pactos y los acuerdos; sobre
todo, cuando garantizan un mínimo de estabilidad. No parece el momento de abrir
un melón que no estamos dispuestos a consumir, sino, más bien, de abrir otro,
en sentido contrario, facilitando un trato favorable a los intereses de
Cataluña. También, claro, en interés de la estabilidad territorial.
Y entonces va un señor que dirige con mano trémula a los
socialistas catalanes y dice que hay que replantear el concierto. Nadie se lo
explica. Ello ha puesto en un brete a los socialistas vascos, a los que mandan
en la sede de la calle Ferraz, ha incomodado al Gobierno del PNV y hasta al
Gobierno del PP, que estaba encantado de la buena marcha de las relaciones con los
nacionalistas ahora comandados por alguien sensato, como
Iñigo Urkullu (nada
que ver con aquella pesadilla llamada
Ibarretxe).
Así que el PP y el Gobierno por este partido sustentado,
probablemente contra sus más íntimas creencias, ha tenido que convertirse en el
principal adalid del concierto y, probablemente, ahora se vaya a ver en mayores
dificultades para negociar las cantidades del cupo, gracias a la ocurrencia de
don
Pere Navarro que ha alterado los ánimos peneuvistas y ha provocado un
cierre de filas nacionalista en Euskadi. Mal va a poder ampliar
Rubalcaba su
pacto con Rajoy -una ampliación que, a mi juicio, tan conveniente sería-
para mejorar las estructuras del Estado si tras él tiene al ejército de
Pancho
Villa, sembrando, un ejemplo más, el desconcierto con esto del concierto.
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