lunes 24 de junio de 2013, 10:15h
La reforma del
Estado, dentro de los parámetros constitucionales, es algo que el Gobierno se
resiste a asumir. No solo este gobierno, sino los anteriores, que se empeñaron
en hacer el "Don Tancredo" ante la crisis, esperando que pasase como un
nubarrón tormentoso, movido por el viento de la historia. Las subidas de
impuestos y los recortes sociales eran remedios más fáciles y menos
controvertidos, dentro de esa burbuja flotante que rodea a la pequeña política.
Pero las reformas estructurales son más incomodas dentro de casa que actuar
fuera contra los ciudadanos "paganos", mientras estos aún dispongan de una
capacidad de resistencia heredada de tiempos mejores.
A las
indicaciones de la Unión Europea, a las opiniones de los economistas y de los
agentes sociales se contesta diciendo que se está estudiando el tema del
adelgazamiento y simplificación del aparato estatal sin que se manifieste el
menor síntoma de actuación sobre el cuerpo obeso de las administraciones
públicas. Solo, alguna vez, se habla de racionalizar la administración local,
que es como el pariente pobre de una familia cuyos excesos de gastos se
producen en las administraciones central y autonómica. Es como pretender que
las frágiles corporaciones locales desfilen, como esas pobres modelos
asténicas; según la prensa de estos días, alimentadas con algodón empapado en
zumo de naranja; con forzada esbeltez y gesto amargo, ante la mirada complacida
de modistos gorditos y señoras macizas.
Conviene recordar
el texto de la constitución de 1.978 para comprender que el sistema autonómico
no fue diseñado con competencias legislativas en cada una de sus asambleas ni
se impuso la tolerancia para todos los abusos y ampliaciones de sus cometidos y
actividades, desarrollados por propia iniciativa y sin contar con el criterio
de las instituciones centrales de gobierno ni de las mayorías parlamentarias de
la Nación constituidas por los electores en el Congreso y Senado. Fue la
insensata tesis del "café para todos", en la etapa preautonómica, la que desató
un afán de emulación y rivalidad entre los territorios que, una vez iniciada la
carrera por Cataluña, País Vasco y Galicia, producirían la elefantiasis desbordante
del sistema. La Constitución no confunde las competencias del Estado con las
facultades delegadas a las Comunidades Autónomas. Las facultades son
"susceptibles de transferencia o delegación" pero no son competencias plenas e
independientes de la titularidad estatal de origen y, por tanto, son facultades
que pueden ser reguladas, armonizadas o recuperadas. El sistema autonómico, tal
y como se ha descontrolado en la actualidad, está funcionando sin frenos ni
estabilizadores y, por tanto, se ha convertido en un problema clave para la
opinión pública y en un elemento impermeable para la economía administrativa,
la unidad de los mercados, la racionalización de las comunicaciones, la
movilidad laboral, la cultura general y la política educativa. El Estado no
puede agilizarse o adelgazarse sin afrontar una revisión del sistema que,
habiendo sido útil para la descentralización administrativa y la
aproximación de la autoridad política a
sus entornos naturales, fue destructiva y perniciosa al interpretarse como la
licencia sin límites para constituir reinos de Taifas.
Hoy en día, al
menos coyunturalmente y cara a la opinión europea, los grandes partidos están
dando ciertos síntomas de entendimiento y sentido común que son valorados
positivamente y que solo sorprenden por lo desacostumbrados que estábamos a que
el sentido del Estado se impusiese, siquiera por unas semanas, a un partidismo
exacerbado. Sería una buena ocasión para que los grandes partidos, que
representan a la absolutísima mayoría de los españoles y de su exclusivo derecho
a decidir, estimasen conveniente ponerse de acuerdo para, en el uso de la
autoridad popular que les brinda la mayoría de que disponen, hoy por hoy, y de
la que podrían seguir disponiendo mañana si son capaces de converger en torno
al interés común, evitando el riesgo de desintegrarse y sin caer en el nivel de
las pequeñas y respetables facciones testimoniales que complementan el coro de
la política con las notas más desafinadas, fuesen capaces de trazar unas líneas
claras de reforma política. Unas líneas de reforma que, sin necesidad de poner
en juego la estabilidad constitucional, permitiesen liberar medios económicos y
coordinar mejor los esfuerzos del conjunto. Se trata de reforzar al Estado
constitucional, estrictamente constitucional, y no de que habitemos una casa de
"tócame Roque". Es lo que se necesita para trasladar recursos a donde más falta
hagan y poder planificar una política conjunta de crecimiento económico y
social sin que las querellas, vanidades y corrupciones territoriales estén
convirtiendo el cuerpo del Estado común en una especie de pelele hecho de
remiendos mal cosidos.
Ex diputado y ex senador
Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
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