jueves 20 de junio de 2013, 21:56h
Todos
recordamos cómo estábamos cuando entramos en el túnel de la
crisis, pero nadie se atreve a explicarnos cómo estaremos si algún
día salimos de él. Esa es la pregunta que debemos plantearnos ahora
que los mensajeros de Rajoy nos aventuran que muy pronto comenzará
la recuperación. Cómo aquellos parapsicólogos de los años
ochenta, encabezados por Giménez del Oso y Antonio José Alex, los
ministros económicos del Gobierno nos proclaman avistamientos de
luces brillantes en la oscuridad cerrada que todos padecemos. La
recesión toca a su fin y nadie parece advertir tal ventura. La
mayoría de los españoles seguimos perdidos con un candil en la mano
buscándonos una salida iluminada, pero ellos se mueven rodeados de
luciérnagas curiosas, como los protagonistas de aquel tango
arrabalero cantado por Gardel. Se trataría de una interpretación
romántica de la coyuntura que de nada nos vale a todos los demás.
La deuda
pública nacional está a punto de llegar al cien por cien de nuestro
producto interior, el número de parados se enquista en cifras
intolerables, el consumo privado no despega, se habla ya de otro
rescate bancario, la marea de números rojos inunda ya los sótanos
de compañías emblemáticas del milagro español, pero el dúo
dinámico formado por Montoro y Guindos, al que se ha sumado también
la imprescindible Soraya, otea el firmamento negro de nuestra España
y divisa cometas en la noche. ¡Qué Dios les conserve la vista y
agudice la nuestra!
Deseo
fervientemente, en cualquier caso, que hayan interpretado
correctamente los signos celestiales y que aquello que ellos ven no
sean cohetes de feria o relámpagos anunciadores de nuevas tormentas.
En el largo camino que venimos recorriendo nos hemos dejado
demasiados enseres en la vereda y deberíamos preguntarnos qué tipo
de minusvalías nos condicionarán cuando superemos la convalecencia
anunciada. Todo será muy distinto de como era y acongoja imaginarnos
cómo reaparecerá la España resultante de una quiebra social tan
prolongada.
Vamos a
encontrarnos con un país mucho más injusto y tremendamente
desequilibrado. Conviviremos con un porcentaje cualificado de
ciudadanos bien pertrechados de recursos económicos y una clase
media adelgazada y endeudada hasta las cejas. Rodeándolo todo,
contemplaremos una muchedumbre de españoles viviendo de milagro, de
pensionistas amenazados por la ruina y trabajadores maduros y jóvenes
descolgados del sistema. El celebrado estado del bienestar se habrá
convertido en el estado del copago y la igualdad de oportunidades y
la justicia redistributiva en entelequias impagables. El trabajo
venidero se habrá convertido en una subasta de empleos temporales
sometidos a las leyes del mercado y la competitividad extrema
decretada por las naciones ricas de la Comunidad Europea. Cuando
termine por alumbrarse la penumbra actual nos costará reconocernos
los unos a los otros y habituarnos al nuevo espacio donde tendremos
que vivir.