Tras
un largo período en el que estuvo desaparecido,
José Luis Rodríguez Zapatero va
emergiendo lentamente. Es un Zapatero elegante, conciliador, sin atisbo de mala
baba y que, la verdad, no es que parezca aspirar a regenerar el mundo: da pocos
titulares más allá de lo que significa su comprensión hacia los malos momentos
que vive su sucesor,
Mariano Rajoy. La semana próxima le tendremos en la
tribuna del Club Siglo XXI, donde otro ex,
José María Aznar, brilló con su
propia y polémica luz no hace muchos días. Se diría que es el momento de los
ex, que renacen. O no... que diría Rajoy.
Creo
que de los tres ex presidentes del Gobierno que pueden dar testimonio de su
paso por La Moncloa -nunca lamentaremos lo suficiente ni el estado inconsciente
de
Adolfo Suárez ni el fallecimiento de
Leopoldo Calvo-Sotelo; cuánta falta
harían en estos momentos desconcertados...--, Zapatero es el que está actuando
de manera más conforme a lo que se espera de lo que
Felipe González, con
acierto, calificó como 'un jarrón chino': no molesta, se conforma con su
rincón, no busca hacer fortuna entre los ricos del mundo, trata de no enconar
(más) los ánimos patrios. A González y a Aznar les hemos reprochado muchas
veces sus inasistencias a actos protocolarios en los que deberían estar, su
afán por el medro económico, el mantener en sus almas un ánimo de 'vendetta'
muy poco conciliador. De Zapatero, que no se fue precisamente por la puerta
grande, sabíamos poco, y ahora que habla, sabemos aún menos: arriesga muy pocas
opiniones, y dicen que escribe un libro más didáctico que revelador de los
secretos que conoció cuando mandaba: quizá ahora haya emergido para irlo
anunciando, quién sabe.
Siempre
dije que la Historia haría justicia a ZP. Hoy, su nombre aún provoca un
considerable rechazo: demostró escasa perspectiva, demasiada ingenuidad y un
enciclopédico desconocimiento sobre temas cruciales. Hizo cosas que jamás debió
hacer, y no hizo otras que sí debió haber acometido. Para mí, fue un misterio
permanente: ni sus más íntimos podían presumir de conocerle, quizá porque no
había mucho que conocer, o porque tratar con él inducía frecuentemente al
desconcierto. Pero fue un patriota, arriesgó cuando había que arriesgar -por
ejemplo, en las negociaciones con ETA-y no creo que a nadie le quepan dudas
sobre su honradez. Estoy seguro de que se alegra si escucha a Mariano Rajoy
decir que estamos entrando en época de 'optimismo vigilante' en el terreno
económico, sea eso lo que fuere. Y también estoy seguro de que de él no saldrá
ni media crítica a su sucesor y ex adversario en La Moncloa, ni tampoco hacia
quien le sustituyó al frente de la Secretaría general del PSOE, a quien más
bien estoy convencido de que apoyará en su difícil trayectoria actual.
Pero
no nos equivoquemos: ni González, ni Aznar, ni Zapatero tienen ya nada que
hacer en las trincheras de primera fila de nuestra política, que ya está
amortizando incluso a los rostros -Rajoy, Rubalcaba-- que ostentan algún poder
en los lugares preeminentes.
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