domingo 16 de junio de 2013, 09:32h
Me imagino que a todos nos pasa, que cuando te sientes atacado
por una injusticia te da algo así como un ahogo. Hay dentro una nube oscura que
va creciendo y recorre tu cuerpo hasta llegar al cerebro. Allí se produce una
danza de neuronas que configuran un mapa cerebral diverso, según sea de una u
otra condición el agravio. A veces se despliega la ira. Otras pena o tristeza
si esa injusticia tiene connotaciones de traición por quién nunca lo creerías.
Y luego esa ira, tristeza, pena, desolación, vuelve a distribuirse por el
cuerpo, y algo que tiene la densidad invisible de una mole de cemento se te
agarra a la barriga.
Entonces sientes que hay una piedra alojada por
arriba del intestino, rozando el corazón y los pulmones, o en la misma mucosa
del estómago, y con una de esas sensaciones, o con todas si la injusticia es
poderosa, comienzas a pensar que tienes la opción aceptar o rebelarte. Quieres
hacer lo segundo. Pero sabes que demasiadas veces tendrás que realizar lo
primero.
Y así la injusticia se
convierte en una raíz venenosa que querrías arrancar de tu pecho. Pero no
puedes. Solo te consuela saber que tendrás la venda del tiempo para cerrar la
herida que te hacen. Pero otras veces te puede una rebelión que parece que araña o despieza los músculos.
Es como si unas cadenas te envolvieran el alma y solo pudieras quitártelas si
te enfrentas al que te produce el mal, si le aclaras las cosas y le haces ver
que está siendo injusto. Entonces clamas para establecer una posición de
batalla, indicando a quien te quiere postrar, que encontrará un enemigo nada
dúctil o aletargado.
Es lo que ha hecho Elpidio José Silva, el juez
que ordenó la prisión incondicional de Miguel Blesa, el expresidente de Caja
Madrid. Este personaje es uno de los tantos que nos condujo, con manos de
hierro y avaricia, a la amarga situación de angustia social que vivimos todos. Los que tenemos trabajo porque otros no lo
tienen. Y los que no lo tienen porque están condenados al destierro interno de
la ausencia de presente.
En el caso del juez Elpidio ocurre que hay
quien no quiere que realice su oficio. Que un ramaje de intereses económicos,
políticos, mediáticos..., pretende desactivar su toga. Su rectitud molesta a
quien siempre busca el atajo, o antepone la picaresca a la lógica y sus
intereses al interés general. Es el enfrentamiento histórico entre el poder y
la decencia.
Veo una fotografía del juez y observo que en
sus ojos hay algo de esa angustia que digo. Tiene las manos levantadas. Está
quejándose de que no le dejan hacer su trabajo. Habla de injerencias,
presiones, intentos de ahogar su autonomía. ¿Quién? Muchos, dice. Desde el
ministro hasta el fiscal general del Estado.