Siempre
me declaré admirador de
Obama. Admirador crítico, pero al fin casi un 'fan' de
los nuevos aires que habían entrado en la Casa Blanca. Ocurre que nadie
sobrevive a su reelección, sin embargo; descubrimos a un Obama espiando a la
prensa, persiguiendo más allá de lo razonable al soldado
Bradley Manning, el
hombre que ayudó a
Julian Assange a filtrar documentos en lo que se conoce como
'caso Wikileaks'...y ahora Obama se nos revela como la persona que continuó la
política de espionajes telefónicos masivos que instaurara aquel
George Bush II
de infausta memoria. Mal asunto.
Primero,
fue Obama contra Julian Assange, a quien se acusa de cosas que resulta dudoso
que cometiera, violaciones incluidas. Después fue Obama -y toda la Administración
americana, casi nada-contra el soldado Manning, para quien se piden penas
dignas de un asesino múltiple, cosa que, obviamente, él no es. Ahora, el caso
se llama Obama -y todo el poderío estadounidense, ahí queda eso-versus un tal
Edward Snowden, un joven informático que confiesa, en un acto de rebeldía pleno
sin duda de valor, ser el autor de las filtraciones sobre los programas de
vigilancia masiva que llevaba a cabo el Gobierno de EE.UU. "No puedo dejar
que el Gobierno (norteamericano) destruya las libertades", ha dicho Snowden, un
joven con cara de no haber matado una mosca en su vida. Veremos qué ocurre en
el pulso entre el hombre más poderoso del mundo -puesto que a él, a Obama, se
le achacan personalmente estas decisiones-y tres individuos sin duda molestos,
pero ataviados con las solas armas de su presunto, y yo creo que real,
idealismo.
Me
parece increíble que alguien como Obama, que tanto nos ilusionó a tantos, ni
haya sido capaz de acabar del todo con la vergüenza de Guantánamo, ni haya
clausurado el programa PRISM -que accede sin justificación a nueve de los
servicios de Internet más importantes del país--, ni se haya resignado a asumir
las revelaciones de Wikileaks, ni haya asumido que la libertad es aún más
importante que la seguridad, si es que de eso se trata.
Lo
digo desde una nación, esta España nuestra, permanentemente sometida al 'gran
hermano' del Estado, y donde han saltado escándalos de espionaje, oficial u
oficioso, público y/o privado, que resultan intolerables para cualquiera que no
tenga, como por desgracia muchos tienen, el ánima anestesiada por la frecuencia
de los pisotones a la libertad de expresión y a la intimidad, que es uno de los
máximos bienes a los que puede aspirar una persona, tras la vida y la
integridad física. Pues ¿no se nos amenaza ahora a los españoles con autorizar
'troyanos' que invadan más o menos a placer -ya, con cautelas judiciales,
dicen-los ordenadores 'sospechosos'?¿Quién define qué es 'sospechoso' en un país
donde el Rey, los propios ministros, y hasta el presidente del Real Madrid
fueron sometidos a escuchas telefónicas incontroladas?
Pues
eso: que a mi admirado presidente Obama ya no volveré a reírle las gracias
cuando se reúna, tan de smoking, en la desenfadada cena anual con los
corresponsales en Washington. Porque es un mal ejemplo para los obamitas
que anidan por aquí, entre otras cosas.
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