La última ocurrencia del
señor
Anasagasti disponible en esta página ha tenido su eco en el
País Vasco. Insiste el senador en el carácter de derecho, y no de
privilegio del concierto económico; responde a su vez al catalán
Enric Juliana y a su artículo "Euskadi contra Catalunya".
Sólo recogeré esta afirmación de Juliana: "Que dos de las
regiones más ricas apenas aporten esfuerzo fiscal a la caja común
no es asunto de debate público".
Basta con eso para dinamitar
cualquier pretensión de federalismo en España. Federalismo con
mayúscula, no ese círculo cuadrado del "federalismo asimétrico";
sólo otra forma de llamar al estado de las autonomías. Los estados
federales, como nos recordaba hace poco Pascua Mejía, se construyen
de abajo hacia arriba, renunciando a la soberanía, sin "primus
inter pares": todos los estados federados tienen los mismos
derechos y deberes. ¿Es posible extender el concierto económico
vasco a todas las comunidades españolas? No. ¿Es posible quitar ese
resto de los fueros a las provincias vascas? Parece que tampoco.
Tablas.
En cuanto a los argumentos de Anasagasti negando
la naturaleza de privilegio de ese concierto... Pero... ¿Qué
argumentos? No los hay, es cierto, hagamos pues algo de memoria
histórica.
Como concepto, el término
"País Vasco" aparece escrito con B en un texto de
Antonio
Zamacola de 1818; usando "País" en el sentido tradicional de
paisaje y paisanaje. Antes no había existido ni siquiera la noción
de "ser vasco". Los fueros medievales se otorgaban, como en toda
España, a las villas. Es en el siglo XVI cuando se redactan los
fueros provinciales por primera vez; en una sociedad como la
española, que valoraba el privilegio estamental como un timbre de
honor, la creación con ese fuero de una frontera étnica reservaba a
los segundones de los mayorazgos vizcaínos los cargos públicos sin
competencia de judíos o conversos. El Fuero Nuevo de Vizcaya de 1526
institucionaliza la hidalguía general, convirtiendo el concepto
vizcaíno, cristiano viejo e hidalgo en la misma cosa. Como los
hidalgos no eran "pecheros", es decir, no pagaban impuestos
directos, Vizcaya queda al margen de las recaudaciones
extraordinarias de la Corona. Nada grave, considerando que en el
Antiguo Régimen y en una sociedad agraria Vizcaya era uno de los
terruños más pobres de la Península; tierra de emigrantes
dispersos por los llanos cervantinos o las altiplanicies andinas
recién descubiertas.
Felipe V de Borbón confirmó
esos fueros en 1704 como premio a la fidelidad de los territorios
vascos a su dinastía, disponiendo un sistema de quintas para el
ejército. Se excluían del reclutamiento mulatos, gitanos, verdugos,
carniceros, vascos, navarros y catalanes, según quedó recogido en
las Reales Ordenanzas de Carlos III. En el caso de los tres últimos
se trataba, sin duda, de confirmar un privilegio, y los vascos lo
agradecen viéndose a sí mismos como la quintaesencia del
españolismo nacido de los fueros; eso es lo reflejado en la obra del
jesuita Manuel de Larramendi "Sobre los fueros de Guipúzcoa" de
1758, inédita hasta 1983.
El Decreto de
Carlos III
sobre libre comercio con América, de 1778 autorizaba ese tráfico a
13 puertos de la Península; en el norte Santander, Gijón y La
Coruña. La exclusión de los puertos vascos llevó a los
caballeritos de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País a
otras reflexiones. Por el interés te quiero, eibarrés.
José
Agustín Ibáñez de la Rentería postulaba la integración de los
territorios "bascongados" en la monarquía de Carlos III, dejando
los fueros como referencia legendaria sin contenido económico. A
cambio, se sobreentiende, los puertos vascos podrían comerciar con
América.
El
alavés
Valentín de Foronda y
González de Echavarri, fiel al
espíritu racional del Siglo de las Luces, defendía para la
Constitución de 1812 la división de España en 18 cuadrados
trazados con tiralíneas, llamados Número 1, 2, 3, y así
sucesivamente.
Es el inicio de un
interminable debate prolongado en el siglo XIX, XX, y aún hoy entre
racionalizadores del territorio y los mantenedores de la singularidad
legal y el privilegio en la mejor tradición del Antiguo Régimen.
Lástima que nadie hiciera caso a don Valentín de Foronda y a sus
racionales cuadrados para cerrar el círculo.