Es, sin duda, porque los
políticos que ocupan las primeras filas del poder hacen dejación de su
protagonismo, o porque, simplemente, interesan menos a la gente; el caso es que
vivimos días en los que los que fueron, son los que están. Vamos, que retornan
los ex a ocupar lugares de preeminencia en los titulares, acaso porque lo que
dicen, ahora que no gobiernan, suena mejor y más atractivo que las prédicas de
quienes están en el machito. Aunque esas prédicas incluyan promesas de un
futuro más rosado o, como hizo Rajoy el sábado en el foro de Sitges, vaticinios
de que las cifras del paro serán mejores ya este mismísimo martes: hemos oído
tantas cosas, tan dispares y tan contradictorias, que ahora ya nada nos
impresiona.
Lo bueno, por un lado, es que
quienes tienen experiencia en transitar caminos de gobierno la aportan para
tratar de esclarecer los negros vericuetos en los que, pese a tanta promesa
incumplida, andamos; pero, por otra parte, lo malo es que los ex no significan
precisamente esa renovación que estamos necesitando, por mucho que ellos sigan
empeñándose -esta semana que comienza habrá más-- en presentarse como
referentes morales ante el abismo de la catástrofe.
Caras nuevas es lo que se
pide. Que no es el caso ni de José María Aznar tonante, ni el de Felipe
González al fin dialogante --¿habrá olvidado ya su instalación en la 'vendetta'
permanente?--, ni el de Zapatero silente, ni el de Alfonso Guerra escribiente,
ni el de Bono parlante, ni el Piqué intrigante. Todos ellos pueden contarnos su
memoria y sus memorias, ofrecer sus consejos, pedir más reformas o lanzar sus
advertencias. Pero ninguno de ellos, téngalo el amable lector por cierto,
volverá. Porque lo que me parece que pide el país son caras nuevas, no más de
lo mismo. Mal hace Rajoy limitándose a recibir en La Moncloa a los ex -a González,
a Zapatero, a Aznar a regañadientes-- y no, en cambio, a ese Alfredo Pérez
Rubalcaba que está, sospecho que como el propio Rajoy, a punto de ser otro ex,
pero que es ahora el único que lanza propuestas concretas para desbloquear la
situación; me dicen, por cierto, que ambos, Rajoy y Rubalcaba se encontrarán pronto,
y no de esa manera clandestina que tanto apetece a nuestra clase política. Menos
mal. Los dos están hartos de leer las entrañas de las encuestas que les
condenan y saben que tendrán que llegar a algún tipo de pacto, que es lo que
tantos veteranos que en su día no lo hicieron ahora aconsejan.
Pero ya digo: estos
veteranos, que en su momento, cuando mandaban ellos, tan seguros estaban de 'sus'
recetas, y que predican hoy cosas diferentes a las que ellos hicieron, o que
revelan lo que entonces no revelaron, ya no sirven para retornar a la primera
línea. Las soluciones más válidas que nos vienen llegan de la mano de esos
colectivos que se mueven en los ámbitos profesionales, fuera de la política, y
que reclaman desde cambios en la Constitución ya hasta una nueva ley de
partidos, pasando por cuestiones más puntuales, como un nuevo tratamiento a los
desahucios, a la sanidad, a la educación. Espero que nadie me malinterprete:
claro que pienso que los partidos políticos siguen sirviendo; de lo que no
estoy seguro es de que estos partidos, con algunas de estas gentes al frente,
colmen ya las ansias democráticas de la ciudadanía. Y menos aún cuando les
apremia el acoso regeneracionista de quienes, cuando pudieron cambiar de verdad
las cosas, no lo hicieron. Suena, la verdad, a algo así como la falsa moneda.
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