Quienes, como el que suscribe, creemos en el valor del
acuerdo entre las fuerzas políticas en temas sustanciales, no podemos dejar de
felicitarnos por el abandono --¿por cuánto tiempo, ay?-del lenguaje
guerrero entre el Gobierno y el principal partido de la oposición. Y es que hay
factores, como las ya menos que educadas 'sugerencias' de la Unión Europea al equipo
Rajoy
para que 'de una vez' haga sus deberes, que sirven para aglutinar
el orgullo patrio; puede que Europa acierte o se equivoque en sus
recomendaciones, pero lo cierto es que el margen de un Ejecutivo nacional
frente a la Comisión Europea
adelgaza hasta quedar en casi nada. No menos cierto es que España es un país
que aguanta con dignidad los sacrificios que le imponen sin que, por cierto,
entienda muchas veces las razones. Y, así, aun ante la sospecha de que las
soluciones que se arbitran desde fuera para nosotros son ineficaces o
claramente malas, hay que acatarlas.
Quizá por eso, la mano tendida de
Rubalcaba a Rajoy y la
tibia aceptación -o no...-de Rajoy a esa mano, explicitada en la
sesión de control parlamentario del pasado miércoles. Es, sin duda, un éxito de
esa desprestigiada 'clase política' española el actuar con una sola
voz frente a Europa: eso dará fuerza a nuestro país ante un eventual 'no'
a los 'diktats' de la
Comisión, como el de subir nuevamente el IVA, algo que desde
algunas voces autorizadas en España se considera claramente nocivo para la
reactivación de la economía.
Me parece que, de consolidarse estos presentimientos de
pacto más o menos explícito, más o menos entusiasmado, tendríamos una buena razón
para felicitarnos todos. Y para desear que el consenso se extienda a otras
fronteras más allá de la UE. Por
ejemplo, a América Latina, que sigue siendo zona vital para los intereses económicos,
culturales y sociales de los españoles. Pienso que se hace cada día más
necesaria una ofensiva diplomática hacia los países latinoamericanos, una
ofensiva que vaya más allá de las 'cumbres' iberoamericanas, de algunas
visitas ocasionales de nuestros representantes o de recibir a mandatarios
latinoamericanos, como ahora el uruguayo
Mujica, con el calor y el afecto que
sin duda merecen. En este sentido, pienso que la Secretaría General
Iberoamericana (Segib), a cuyo frente está el muy veterano Enrique Iglesias,
desarrolla una importante labor, que debería estar incluida (y no lo está) en
el consenso sobre política exterior de los dos grandes partidos, como debería
estarlo esa nonata Ley de Acción Exterior que parece haber encontrado el
rechazo de sectores amplios de 'la carrera'.
Y, ya que hablamos del tema: no resulta conveniente, en aras
de ese consenso, que algunos diplomáticos que ocuparon puestos relevantes con
gobiernos anteriores sean abandonados en 'el pasillo' sin que se
les hayan conferido nuevas responsabilidades; ha sido el caso, por ejemplo, del
ex secretario de Estado del Ministerio,
Juan Pablo de la Iglesia, a quien, según
algún papel que circula por este Departamento, se habría negado, pese a su
veteranía, el consulado en Roma y cualquier otro destino que pudiera
corresponderle. Afortunadamente, parece un caso aislado; el indudable buen
talante del ministro,
José Manuel García Margallo, parece poco proclive a 'vendettas'
y discriminaciones que sí fueron moneda corriente en el pasado. Pero, ahora, la
'marca España', que, por cierto, sigue sin acabar de funcionar, exige
unidad, unidad por encima de todo. No podemos perder ni un minuto en otros
debates que no sean los de signo constructivo ni se pueden desperdiciar energías
en 'limpiezas étnicas' que huelan a signo ideológico. Simplemente, se
agota el tiempo para mostrar ya al mundo que España sigue siendo, en efecto, un
gran país.
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