La cara y la cruz de esa religión compulsiva y laica que es la fiesta de los toros se presentó este miércoles en la corrida de la Prensa. Y tuvo un mismo protagonista, un mismo sumo sacerdote:
Iván Fandiño. El coletudo vasco, tras torear a la perfección a su primero, difícil por su casta, y emocionar a todos los catecúmenos que asistíamos a la liturgia, fue empitonado y volteado cuando, tras un pinchazo, se tiró a matar o a morir. La cogida -de 25 cm. en la pierna derecha y pronóstico grave- fue espectacular y encogió el ánimo de la gente, mientras la cuadrilla llevaba al héroe a la enfermería y después paseaba una oreja. Del resto de la celebración, poco que contar:
El Cid cumplió y
Daniel Luque fracasó, ante un interesante encierro de
Parladé. Iván Fandiño tiene el cuerpo curtido de costurones y el alma torera limpia. Iván Fandiño ha escalado su posición a base de sufrimiento, de plazas de talanqueras, de encierros duros, esos de los que huyen las figuritas o figurones -él es figura auténtica- que también le rehuyen a él, por su verdad en todas y cada una de sus actuaciones, a pesar de que la hoja de servicios de Fandiño a la fiesta está más llena que la de ellos.
A pesar de que en el 'sancta sanctorum' de esta religión olorosa y flamígera, pongamos que se habla/escribe de Madrid, es adorado por su honradez profesional y, claro, torería. Por medirse a bicornes de cualquier divisa, por intentar siempre el toreo puro, sin trampas, el eterno. Y por lograrlo en muchas ocasiones, como en esta corrida de la Prensa. A ver quién tiene su historial tan lleno de faenones y orejas en Las Ventas. A ver...
Toreo puro, valor y lidiaY una vez más mostró el oro puro del toreo clásico y artístico a la par, de la honestidad y el valor, de la entrega y la capacidad lidiadora. Desde que se abrió de capote para festonear las mejores verónicas que se han visto en las 14 tardes, 14, consecutivas que llevamos. Con las manos bajas y embebiendo al burel perfectamente para enlazar con la siguiente y rematar con una media tan barroca que hubiera firmado el mismo
Belmonte. El toro, justo de trapío pero con los problemas -benditos problemas para el espectador, malditos para los malos coletudos- de la casta, tras dolerse en banderillas, quería un torero de verdad para entregar su vida. Y a fe que lo encontró en la pañosa. Primero con cuatro estatuarios escalofriantes, rematados con una trincherilla y uno del desprecio que levantaron al público.
Después con la verdad del toreo: series de redondos largos y profundos como la mar océana, con la muñeca mágica del temple, con las astas del bicorne sumisas rozándole los alamares y sometidas pese a su cabeceo. Luego con naturales primorosos de idéntica factura y abrochados, como los anteriores, con escultóricos pases de pecho marcadísimos al hombro contrario.
Transmisión y emociónSiempre colocado y ligando, siempre con la verdad por bandera, siempre transmitiendo a los tendidos toneladas de emoción, como en los adornos finales de este faenón, el mejor a años luz de todos los que hemos visto esta campaña en Madrid. Pero se equivocó al entrar a matar sin que el enemigo estuviera bien colocado, por lo que se tiró después como un rayo encima de los pitones, dejando un espadazo a cambio de que el bicho se lo colgara de las astas mientras una aguja de dolor virtual oprimía el esófago del público.
Aún desmadejado y sangrando quiso seguir para ver caer al toro, pero se lo llevaron en volandas a la enfermería para después, como al acabar el festejo, recibir la cuadrilla las más restallantes palmas que se hayan escuchado esta temporada en el altar venteño. Loor a Fandiño.
En la retina y en la memoriaDel resto de la corrida, poco ha quedado en el disco duro de la memoria. El encierro de una divisa de las comerciales sacó más problemas, casta y genio del esperado y desbordó a un Luque vulgarísimo y posmoderno: ventajista en el cite y en la metedura de pico. Y El Cid, que en algunos momentos remedó al de su mejor época, cuando también era un adalid del toreo puro, se tapó y anduvo con dignidad.
Pero, claro, lejos muy lejos de lo que había hecho Fandiño, que se queda en la retina y la memoria de los espectadores, quienes luego comparan con las actuaciones de sus compañeros de terna y éstas se devalúan ante el 'fandiñismo'. Por eso no lo quieren las figuritas o figurones.
Por eso lo quieren en la cátedra venteña, donde le consideran figura, por eso le adora esa especie a extinguir que son los aficionados cabales, que le tienen con todo predicamento y mérito en la cima de su altar. Loor a Fandiño.
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