La seguridad jurídica es el bien más valorado en una
sociedad que quiere ser plenamente democrática. Siempre pensé que, con todos
los errores que cometió,
José Luis Rodríguez
Zapatero precipitó su caída precisamente por instaurar una inseguridad moral ciudadana
a todos los niveles. Un grave error que el Ejecutivo que preside
Mariano Rajoy
está copiando milimétricamente: se dicen unas cosas y se hacen otras, se
ofrecen fechas para la aprobación de determinadas leyes y luego nada pasa, se
incumplen flagrantemente programas electorales, se olvidan compromisos... Da la
impresión de que cada paso que se da desde el poder provoca demasiados
pisotones no previstos.
José María Aznar, con todos sus defectos -comprendo
que, a la vista del indeseado protagonismo que ha adquirido en estos días, no
es el mejor momento para elogiarle--, era lo que a Rajoy le hubiera gustado
ser: previsible. Si aquel presidente antipático y huraño decía que iba a hacer
algo, podías estar seguro de que lo haría. Después, la fuerza del compromiso
adquirido se ha ido diluyendo hasta llegar a los extremos actuales, en los que
la palabra dada no vale casi, en parte sin duda porque las circunstancias son
demasiado volátiles y el gobernante depende de muchas cosas que él ya no puede,
simplemente, controlar.
Una usted a esta sensación de inseguridad la percepción de
que acaso no todas las escuchas telefónicas que se producen -vaya usted a
saber por quién-gozan de mandato judicial, y no crea usted que no sé de
qué estoy hablando. Y, ya que citamos a los jueces, hay que sumar algunos casos
de arbitrariedad togada que no pueden silenciarse. Pienso, por citar apenas un
ejemplo, en el encarcelamiento, tan cuestionable, del ex presidente de Caja
Madrid,
Miguel Blesa; desde el momento en el que las garantías son
insuficientes, o cuando los españoles no piensan que todos somos iguales ante
la ley, nuevos elementos de inseguridad se añaden a todos los que ya han
generado una desconfianza creo que muy difícilmente recuperable en el ánimo de
los hombres y mujeres que llenan nuestras calles. Y eso, ya digo, en una
democracia que quiere ser, valga la redundancia, verdaderamente democrática, es
algo muy grave. Y sí, está pasando.
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