La semana política que se
inicia no tendrá a
Rajoy como compareciente en las sesiones de control de
Congreso y Senado; anda haciendo las Europas, como asistente a una nueva 'cumbre'
donde quedará de manifiesto la falta de liderazgo de la UE, tanto en asuntos
internos como exteriores. Pero, a falta del presidente, tendremos a un ministro
como protagonista involuntario de lo que se hable tanto en la Cámara Baja como
en la Alta. Me refiero a
José Ignacio Wert y a la educación, naturalmente. Es el nuevo motivo
de combate entre las dos Españas que se niegan a reconciliarse: una lástima,
sin duda, pero es así. Hay que buscar pretextos para sacudirse de lo lindo, y
preciso es reconocer que la Ley de Educación va a dar materia para grandes
enfrentamientos. Aunque muy pocos hayan leído a fondo el texto, lo cual es,
parece, lo de menos.
El problema con Wert radica
más bien en su estilo. Se sabe un hombre capaz, de enorme brillantez
intelectual. Hace años que le conozco y todos, en su entorno, reconocen tanto
esa capacidad como su empeño en mostrársela al universo entero por encima de
todo y de toda consideración. Olvida Wert -como lo olvida su jefe tantas veces-que
las formas, en política, son tan importantes como el fondo. Es su estilo
altanero, que él cree jovial, lo que ha sacado a muchos a las calles contra un
proyecto de ley de reforma educativa que buena parte de quienes se han
manifestado en contra desconoce a fondo, más allá de sus connotaciones
religiosas, muy pregonadas por la oposición y por los medios hostiles. Que
algunos palmeros hayan pregonado 'urbi et orbe' que "ya era hora de que la
derecha impusiese una ley de educación en España" es lo que ha encrespado más
ánimos. Mucho más que los recortes presupuestarios o que determinados
contenidos del proyecto, combatido absurdamente por
Artur Mas como "una bofetada
a Cataluña" y al que, de manera no menos extemporánea,
Alfredo Pérez Rubalcaba
le ha prometido una vida breve, con denuncia del Concordato con la Santa Sede (¿?)
incluida.
Wert se ha convertido, así,
en un nuevo pararrayos para Rajoy. Si se habla del ministro de Educación, o del
de Justicia,
Ruiz-Gallardón, que también tiene sus ocurrencias, o del de Hacienda,
Cristóbal Montoro, que cada
vez que habla sube el pan, o de la de Sanidad, Ana Mato, desaparecida en
combate engullida por la 'marea blanca', se hablará menos de las cosas que el
presidente hace específicamente mal. Los cuatro ministros reciben las
andanadas, y Rajoy puede decir tranquilamente eso de que empieza a ver brotes
verdes porque él y su equipo todo lo están haciendo bien, y por eso mismo no
piensa cambiar el rumbo. Claro: ¿cómo va a cambiar no sé si el rumbo, pero sí a
ministros que acaparan la polémica y en los que se centran los focos del
debate? Una suerte tener en el elenco a gentes como Wert, Ruiz-Gallardón,
Mato
o Montoro, que tanto cooperan a que el Gran Hacedor se mantenga donde le gusta
estar: en esa lejanía nebulosa, ajena a lo que decimos los periodistas y, por
supuesto, al sentir de la calle. ¿Qué sabremos nosotros acerca de cómo se
conduce a la nación hacia quién diablos sabe dónde?
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