Llegó por fin una corrida encastada y noble, en general. Pero chica, muy chica. Porque como en la tarde anterior también han aparecido las figuras por la feria. Mas es justo y necesario añadir de inmediato que el encierro de
Alcurrucén se adornaba con el motor de la casta, en diversa gradación, que hizo olvidar el ajustado trapío de los bicornes. Y frente a ellos, una figura,
Miguel Ángel Perera, se dedicó a torear... casi nada. Y frente a ellos, él toricantano
Ángel Teruel dejó detalles de gusto y clasicismo.
La explosión del extremeño aconteció en el tercero, que cumplió en el caballo como sus hermanos y después se lució con máxima exposición con los rehiletes
Joselito Gutiérrez. El animal, 'Peladito' de nombre acometía con pujanza y nobleza, pidiendo el carnet a Perera, y éste se lo mostró. Era menester mucha firmeza, mucha muleta adelantada, mucho tirar del burel con templanza para domar semejante torrentera de casta. Y Perera lo hizo, añadiendo redondos larguísimos en varias series perfectamente abrochadas con los de pecho, como también al natural en un rodalico de terreno.
Para ser perfecta le sobró algo de cite fuera de cacho en algunos pases, pero la labor, cerrada con adornos, la rubricó de un espadazo y la oreja que echó en su esportón fue de mucho peso. De similar guisa festoneó el extremeño ante el quinto, pero tardó más en coger el ritmo y la distancia y no hubo acople con la izquierda. Así que aunque la cerró con valientes manoletinass, no llegó la oreja para abrir la Puerta Grande. Mas Perera, tras los altibajos de 2012, recordó al conquistador extremeño anterior de este coso.
Un océano de acometividad
También gustó el continuador de la saga de los Teruel, de mismo nombre que su padre, Ángel -presente en un burladero-. El toricantano anduvo con clasicismo y facilidad ante el de la ceremonia, pero... pero ese animal, 'Pandero', derrochaba casta y acometividad en proporciones industriales, no una torrentera como el citado tercero, sino un océano. Era la sucesión de acometidas de una ola muy difíciles de templar, máxime con lo poco toreado que está Teruel.
Por lo que aunque el espada le sacó pases por ambos pitones aquello, que debía de ser de macicez, de faena de dos orejas consagradoras, no alcanzó el nivel que se barruntaba. Aunque sí la duda de qué habrían hecho ante tanta casta algunas figuras. El caso es que el nuevo Teruel dejó impronta de coletudo interesante, que repitió en el último burel, que fue de más a menos, y al que extrajo nuevos muletazos de bella ortodoxia. Habría que repetirlo.
Menos afortunado en el sorteo fue
Castella, pero el francés, extrañamente frío y perfilero, tampoco echó todas sus cartas -como otras veces en este coso- sobre el tapete del ruedo con ninguno de un lote más manejable de lo que pareció a primera vista. En camio, sí que derramó torería a quintales
Javier Ambel, que brilló con los rehiletes, y cerrando el tercio con uno al que solo le cabe una definición: perfecto. Que hizo levantarse, como con un muelle, a restallar palmas a todos los espectadores a una.
Mención aparte merece el bochornoso retraso del inicio del festejo para acondicionar el ruedo, a pesar de que no había llovido desde la madrugada. No sólo por la dejadez y falta de previsión -y de respeto a los asistentes por parrte de la empresa-. Sino también por la bochornosa, cutre y casposa imagen de métodos decimonónicos -estamos en el siglo XXI- con los que obraron los esforzados trabajadores hasta las siete y veinticinco. Sí, algo así como la machadiana España de charanga y pandereta... taurina.
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