lunes 13 de mayo de 2013, 08:08h
En
abril, recién estrenada la primavera en el hemisferio norte, Boston
celebraba uno de sus días más señalados, como siempre desde
hace 117 años, cuando el pistoletazo de salida suena en
su maratón. Este año eran más
de 23.000 corredores, entre ellos parte
de la élite mundial de la prueba reina
del atletismo. Los mejores
ya habían cruzado la meta,
pero el grueso de los participantes, después
de cuatro horas y nueve minutos corriendo,
y cuando ya estaban a punto
de terminar su recorrido, dos bombas
explosionaron a su lado causando el pánico entre ellos y
todos los asistentes que se encontraban en los alrededores de la meta.
Los dos artefactos, que estallaron tan
solo con diez segundos de diferencia, tiñeron de sangre la centenaria cita deportiva y se cobraron
la vida de tres personas -una de ellas, un menor de 8 años- y dejaron más de 170 heridos.
También
en abril, el día 24, en
un complejo textil de Bangladesh, situado en el suburbio industrial de Savar, junto a
Dacca, se produjo una catástrofe en la que perdieron la vida más de 1.000 trabajadores y alrededor de 2.500 resultaron heridos de
diversa consideración después de
derrumbarse el edificio de nueve plantas en el que estaba ubicado el
complejo.
La fábrica
siniestrada era una de las aproximadamente 5.400 con que cuenta el país
que, en conjunto, dan trabajo a
más de cuatro millones de personas, la mayoría de ellas mujeres. Se
trata de una industria que produce para
las más importantes firmas
internacionales del sector
y representa el 78 % de las
exportaciones de Bangladesh, unos 19.000 millones de dólares, según datos facilitados por las autoridades locales.
Entre tanto, en Somalia,
y no en abril o en mayo, sino desde hace más de 2 años (entre
octubre de 2010 y abril de 2012),
según un informe que la ONU hizo público
a principios de este mes de mayo,
aproximadamente 258.000 personas han
muerto de hambre por la grave crisis alimentaria que dio lugar a la
persistente hambruna en ese país.
La medida del dolor
Todos nos
conmovimos, apenas transcurridos unos minutos,
con las imágenes del atentado de
Boston; hicimos nuestra la consternación de
las decenas y decenas de ciudadanos
y, en las horas
siguientes, empatizamos con el
dolor y
la colaboración de la población que, en todo momento, estuvo al lado de
las autoridades locales para
intentar dar con la pista,
primero, y la posterior detención de
los dos jóvenes hermanos autores de la barbarie.
Nos afectó también
observar las crecientes cifras de muertos y heridos
escondidos entre las toneladas de escombros de ese
complejo textil de Bangladesh y
conocer después que lo mismo
alguna de las prendas que permanecen
ordenadamente dobladas en los
cajones de nuestros armarios pudieron haber sido fabricadas en una de esas miles de industrias bengalíes.
De la muerte de más de un cuarto de millón de somalíes, sin
embargo, supimos porque un día nos llamó la
atención una cifra tan alta de muertos
estampada en medio de la pantalla de nuestro ordenador cuando, como
siempre, echábamos una ojeada a las noticias del día. Es decir, más por pura casualidad que por la cobertura
del asunto que deberían haber hecho los medios de comunicación.
Los medios occidentales,
efectivamente, apuntaron sus cámaras, sus flashes y sus micrófonos hacia la meta de Boston. En segundo lugar, y con una intensidad al menos diez veces menor, hacia los centros fabriles de Bangladesh y, por último, tuvieron a
bien dedicar -en el mejor de los casos- unos
segundos a hacerse eco de lo que viene sucediendo desde hace más de dos años en los campos de refugiados somalíes.
Ya se sabe que la
importancia de las noticias en los medios no se mide
por las causas que las producen, y muchas veces tampoco por sus consecuencias.
Es cierto, y a las pruebas me remito, pero
es tan verdad como que cada
vez más
los ciudadanos de este mundo globalizado hemos sido
adiestrados por esos mismos
medios a vaporizar -como decía Orwell en 1984, su novela más divulgada-, es decir, a borrar de nuestra memoria todo aquello que nos disgusta o no nos conviene. Acaso por eso mismo, día a
día sigamos interesados por un tema
tan apasionante y decisivo para el
futuro de la humanidad como los últimos días de Mourinho en el Real
Madrid y nos olvidemos con asombrosa facilidad de los 258.000 muertos de Somalia.
Columnista y crítico teatral
Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)
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Comentarios
Últimos comentarios de los lectores (1)
21187 | Santos - 14/05/2013 @ 10:13:25 (GMT+1)
La realidad siempre depende que quien la observa y de donde se pone el foco. Muy bueno José Miguel, gracias
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