Esa cínica resolución contra el sentido común
domingo 12 de mayo de 2013, 15:23h
Es lícito que
los gobernantes traten de cumplir sus programas, las propuestas que
votaron los ciudadanos. Y si su victoria lo ha sido por mayoría
absoluta, pueden convertir su acción en una apisonadora, ignorando
no sólo a los rivales, sino a los que les apoyaron y, sobre todo, a
los que no les votaron, pero que son los destinatarios de sus
políticas: el conjunto de los ciudadanos. Pueden hacerlo, es
legítimo, pero no es conveniente, sobre todo en situaciones
convulsas. La política es el arte de negociar, de acordar, de buscar
soluciones duraderas. En los últimos años, quizás en casi todos
los posteriores a la transición, con algunas excepciones, los
partidos que han gobernado se han preocupado más de derribar al
adversario, de no darle ninguna oportunidad, que de buscar su apoyo,
de pensar en acuerdos duraderos. En asuntos como la sanidad, la
educación o la justicia, los derechos fundamentales, el acuerdo
debería ser el objetivo, pero ninguno de los dos grandes partidos lo
quiere.
¿Es un problema
nuevo éste al que nos enfrentamos los españoles hoy? En absoluto.
Hace cien años, Ortega,
al que hay que los políticos deberían temer en sus mesillas, decía
que "el hombre de la calle sospechaba que no puede gobernarse en el
vacío. Gobernar es apoyarse en fuerzas sociales... Por muchos que
sean los partidarios de un político, son siempre prácticamente más
numerosos los enemigos. Lo importante para un político es la
adhesión de los enemigos, la cual solemos llamar respeto". "Y
para ello, añade Ortega, es imprescindible un mínimum de seriedad
en las palabras y en los actos. Los españoles de la nueva generación
hemos sido educados en la irrespetuosidad a los gobiernos. Porque los
hombres que los integran hicieron imposible todo anhelo de respeto
germinante en nosotros: los discursos que oíamos, los escritos que
de ellos leíamos manifestaban una cínica resolución de enfrentarse
con el sentido común. Solían ser palabras y frases inanes,
absurdas, exentas de contenido, como nacidas en cerebros
paralíticos".
Háganse
respetar, señores gobernantes. Por la oposición, por las fuerzas
sociales -que no son sólo los sindicatos ni los empresarios- y por
el conjunto de los ciudadanos. Querer ganar siempre por goleada,
incluso sin bajarse del autobús, es posible con mayoría absoluta.
Pero tratar de reformar la educación, la justicia, la sanidad, los
modelos de convivencia sin respaldo amplio, sin el consenso de otros,
es una garantía de que cuando cambie el Gobierno cambiarán todas
las leyes, otra vez sin consenso, con rodillo. Y así un país no
sólo padece la inseguridad jurídica, sino que seguirá estancado.
"¿Cuándo aprenderán nuestros ministros, terminaba Ortega, que
los hombres de la calle no hemos venido al mundo para que se nos
gobierne con facilidad, sino que, al contrario, los gobiernos existen
para que los hombres de la calle puedan vivir cada día con mayor
plenitud y menos vetos? Ortega, cien años atrás. No hemos avanzado
mucho. Si quieren ser fuertes, escuchen y negocien.