martes 07 de mayo de 2013, 19:27h
Coautor: Óliver Soto Sainz
En 1985 se acordó que el himno oficial de
la actual Unión Europea fuera un fragmento de la Novena Sinfonía de Beethoven y
no es casualidad. Esta obra es también conocida con el sobrenombre de "Coral",
porque en su último movimiento irrumpen decenas de voces cantando al unísono la
Oda a la Alegría.
La actual Unión Europea, que hoy cuenta con
27 miembros (28 a partir del 1 de julio con el ingreso de Croacia) y es el
espacio de libertad y democracia más poblado del mundo, fue concebida desde sus
inicios como una obra coral. Robert Schuman, en su declaración del 9 de mayo de
1950 que da sentido a que en esta fecha celebremos el Día de Europa, ya hablaba
entonces de una "obra de conjunto",
para lo que se hacía necesario crear una "solidaridad
de hecho".
Estados que pocos años antes se encontraban
en guerra fueron forjando poco a poco este proyecto común. Primero una
comunidad del carbón y el acero para ir dando lugar a una verdadera comunidad
económica en sentido amplio, la libre circulación de mercancías y personas, un
parlamento mucho más influyente de lo que comúnmente se piensa, el concepto de
ciudadanía europea, una moneda única; la lista de logros es muy extensa. El
sentido comunitario permitió éstos y otros progresos y, dicho sea de paso,
contribuyó a que estados como España pudieran acelerar su desarrollo social y
económico gracias a los fondos de cohesión.
Sin embargo, la complicada situación
económica y social que vivimos y las políticas miopes planteadas en clave
exclusivamente estatal por algunos de sus líderes actuales han llevado al
proyecto europeo a un punto en el que su esencia misma parece estar en
entredicho. Como resultado directo de ello las corrientes euroescépticas y los
nacionalismos han ganado posiciones en toda Europa. Basta atender a los alarmantes
resultados obtenidos por Marine Le Pen hace un año en las elecciones presidenciales
francesas por no hablar del ascenso en Grecia del siniestro partido neonazi
Amanecer Dorado.
No obstante, si nos rigiéramos por la
lógica racional, el contexto global debería actuar como una fuerza centrípeta
del proceso de construcción europea. La ineficacia del BCE en esta crisis ha venido,
precisamente, de no actuar como un banco central tradicional defendiendo su
moneda, al estilo de la Reserva Federal. La principal debilidad de la deuda
soberana es que se encuentra segmentada por estados, por lo que es más sencillo
para los especuladores lanzar ataques contra un determinado estado en
particular para hacer subir los tipos de interés que obtienen por su adquisición,
algo que sería difícilmente realizable si existieran los eurobonos. La falta de peso de la Unión Europea a nivel
internacional deriva del papel secundario que juega su, por otro lado siempre
ausente, representante para asuntos exteriores y de seguridad.
Tampoco parece haber contribuido a mejorar
la situación la ineficaz y errática manera del Eurogrupo de gestionar el
rescate a Chipre, que no tuvo reparo en proponer inicialmente medidas que contravenían
las propias normas comunitarias y, de paso, menoscabar gravemente la confianza
en el sistema financiero europeo. Desde que estalló la crisis la falta de
sentido comunitario (o común a secas) y la perplejidad parecen imperar en la
Unión.
En definitiva, fortalecer la Unión Europea
no es ya una opción, es una necesidad si Europa no quiere quedar relegada a un
papel irrelevante en el mundo. Se hacen precisas instituciones fuertes con
capacidad, pero también con la determinación, de gobernar y poner límites a los
mercados. Solamente bajo estos presupuestos podrá la Unión defender de manera
efectiva, dentro y fuera de su territorio, un modelo de respeto a los derechos
humanos y la democracia sobre el eje de los valores tradicionales de la Revolución
Francesa: libertad, igualdad y fraternidad.
La Unión Europea no se puede permitir
continuar sometida a la imposición de los intereses nacionales de algunos
estados miembros. Los ciudadanos europeos deberíamos reclamar a nuestros
gobernantes que recuperen el sentido comunitario del proyecto, basado en la
solidaridad entre hombres y pueblos para defender un modelo social que
garantice la igualdad de oportunidades y que favorezca el acceso universal a la
cultura, el conocimiento y el pensamiento crítico como motor de nuestro
desarrollo social, científico y económico.
Comienza a ser perentorio que avancemos,
cuanto antes, en el proyecto de una Europa federal, profundizando en la
democratización de su funcionamiento y favoreciendo la existencia de una
opinión pública europea frente a la confrontación de intereses estatales.
Debemos, cuanto antes, volver al proyecto de la Europa coral esbozado por
Schuman en 1950 que nunca debimos abandonar.
* Pablo Faura Enríquez es abogado en ejercicio especializado en Derecho de la UE y de la Competencia y Derecho Corporativo y actual presidente de Jóvenes Europeístas Federalistas de España (JEF-España)
* Óliver Soto Sainz, politólogo y actual vicepresidente de Jóvenes Europeístas Federalistas de España (JEF-España)