Por esta vez, me parece que el líder de Comisiones Obreras,
de quien no soy lo que se dice un fan, tiene razón. Seis millones doscientos y
pico mil parados justifican, según
Toxo, hablar de una situación de emergencia.
Y que salga al ruedo el presidente del Gobierno, y no un sustituto ni siquiera
muy cualificado, a convocar un pacto nacional por el empleo. Un pacto que
incluyese organizar las medidas que han alterado ya profundamente las
previsiones presupuestarias para 2013, y un nuevo marco para una economía de
sangre, sudor, lágrimas, esfuerzo... y éxito futuro. Nada de esto se ha hecho,
pese a los afanes de explicación que protagonizaron este viernes los ministros
de Economía y Hacienda, junto a la vicepresidenta, tras el Consejo de Ministros
'decisorio'. Menos mal que, finalmente, imperó un cierto buen
sentido y el gobierno anunció una próxima comparecencia de
Rajoy ante el
Parlamento para hablar de manera monográfica de las medidas económicas.
Con todo el respeto que siento y proclamo por Mariano Rajoy,
me parece que corre el riesgo de convertirse en el gran obstáculo para una
evolución adecuada de unos acontecimientos que, obviamente, él no ha
propiciado, pero que, desde luego, están ahí, tozudos. Rajoy, que desoye
sistemáticamente cuanto decimos los medios de comunicación --él presume
de no leer los periódicos--, está llevando al límite su táctica, que es toda
una estrategia, de dejar que se pudran los problemas. Lo cual deriva en que, en
efecto, unas veces los problemas mueren de consunción y desaparecen. Otras, se
enquistan y puede llegar la
gangrena. Lo malo es que resulta muy difícil saber cuándo los
resultados son unos u otros, y la inacción, o la acción insuficiente, puede
tener muy malas consecuencias. Menos mal, ya digo, que 'in extremis'
el gobierno ha pedido una comparecencia parlamentaria que, a este paso, va a
ser histórica.
Ya se ha dicho muchas veces que los cambios no tienen por
qué comportar 'el Cambio', y lo que ahora se precisa es un Cambio
con mayúscula, no unos parches; una nueva forma de gobernar, de llegar a
acuerdos con todos los sectores, de tomar medidas con el mayor consenso posible. Y,
por cierto, medidas de largo alcance. Pienso que Rajoy tiene que cambiar
algunos rostros en su Gobierno -hay muchos rumores que hablan de
determinado(s) ministro(s) descontento(s)--, pero, sobre todo, ha de modificar
su propio comportamiento: de nada sirve proclamar desde voces oficiosas que el
presidente español aparece ante la prensa más que
Hollande u
Obama, sea o no
exacto, porque ocurre que, tal vez, dadas las circunstancias nacionales, sus
comparecencias públicas sean más necesarias que las de los presidentes francés
o americano, pongamos por caso.
Sé que lo que voy a decir podría ser tomado a risa por
algunos, pero aseguro que lo digo muy en serio: Rajoy, a quien es difícil
arrancarle un titular, tiene, sin embargo, ciertas propiedades taumatúrgicas.
Es decir, que puede, si se pone a ello y hasta cierto punto, realizar el
prodigio de calmar los vendavales que, con toda lógica, nos azotan a los
ciudadanos en esta, vuelvo a citar al señor Toxo, situación de emergencia. Pero
ya digo: cuando el taumaturgo no ejerce, por pereza, dejadez o porque no quiere
ponerse a prueba, no vaya a ser que el personal descubra que no tiene los
poderes milagrosos que se le atribuyen, entonces la cosa no va. Así de simple.
Menos mal, y lo digo por tercera vez, que alguien, quizá él mismo, se ha dado
cuenta de la clamorosa ausencia presidencial. Y lo va a llevar al Congreso de
los Diputados para algo más consistente que una mera sesión de control, de esas
de los miércoles que, la verdad, no sirven de gran cosa.
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