Desde luego
no son eso que se llaman escrache, hoy legitimados por el presidente del
Supremo, ni, mucho menos, los asaltos al Parlamento, ni siquiera las
manifestaciones o las encuestas. Nada de eso puede calificarse con un genérico
"esta es la voz de la calle". Ni esa voz se puede atribuir a la mayoría
silenciosa, que no habla porque la sociedad civil, aquí en España y desde
siempre, simplemente no tiene voz.
Está claro
que tampoco es la voz de la calle la que se limita a votar cada cuatro años, y
no hay político que pueda atribuírsela por el mero hecho de que, hace dos años,
por ejemplo, obtuvo mayoría absoluta en las urnas; la democracia, como los
galones o el derecho a ser el altavoz de los demás, hay que ganarla día a día.
Por eso, me
entristece tanto que un gobierno que me parece básicamente honrado, pese a todo
lo que se contradice, y que hace lo que puede -ya lo sé: esto no parece un
elogio, ni quiere serlo- aguarde hasta este viernes de primavera para contarnos
qué será de nosotros. Con qué medidas que afectan a nuestro bienestar, o,
más bien malestar, nos va a sorprender. Y este es lamentablemente el caso en
tal jornada como la de hoy.
Mire usted:
no hacen, desde los atriles políticos, más que hablarnos de la necesaria nueva
forma de gobernarnos para recuperar nuestra confianza. Y, así, nos prometen
desde primarias a todo trapo hasta la elección directa, y no en un Congreso, el
Secretario General del partido, promesa esta última aventada ayer por el
'número tres' del PSOE,
Óscar López. O nos sorprenden con ideas, por cierto ya
antiguas, acerca de reparaciones de urgencia en la normativa electoral, como el
desbloqueo de las listas, que por cierto nunca llega. Y así, un largo
etcétera.
Cambios
lampedusianos, en el sentido de que hay que mudar algo, lo menos posible, para
que todo siga igual. Todo eso y mucho más que pudieran sugerirnos, no pasa de
ser cosmético y desde luego no es bastante en el país de los 6 millones y un
largo pico de parados.
Hay no
solamente que replantearse muy a fondo la reforma laboral y el equilibrio en el
reparto de las rentas; es que hay que consensuarlo todo, y no solamente en el
seno del Pacto de Toledo. Cuando los bienes máximos para el desarrollo de la
persona, el estado de bienestar, los derechos fundamentales establecidos en la
Constitución, están en peligro, la primacía del partido propio y el ataque al
ajeno son cosas no solo secundarias, sino posiblemente nocivas.
Urge un
profundo replanteamiento de todo el arquitrabe del sistema -no, claro, el
derrocamiento del mismo que piden cuatro descerebrados-. Un replanteamiento que
oiga, ya digo, la voz ronca de la calle, esa voz no distorsionada por
energúmenos que dicen que quieren cargarse el 'régimen', sino esa voz no tan
difícil de percibir y entender que sale del alma del ciudadano común y
corriente. Muchos, aún calladamente, están diciendo que este, el de la sorpresa
de las medidas del viernes en el Consejo de Ministros, no es el camino. Aunque
sean medidas que se toman, conste que no lo dudo, por nuestro bien.
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