Las normas de la Casa de la Sidra
viernes 05 de abril de 2013, 13:49h
Maurice Joseph Micklewhite acaba de cumplir ochenta años. Hace trece la
reina Isabel II le concedía el título de caballero y el año que viene
cumplirá sus bodas de oro con el cine. Desde el barrio obrero de
Bersmondsey en el que nació, con su acento cockney y su miopía se ha
convertido en uno de los grandes actores del cine mundial, tomando como
apellido el nombre de uno de los buques más nombrados de la flota
británica y no precisamente por sus éxitos frente al enemigo. Le
conocemos todos como Michel Caine y uno de sus dos Óscar lo consiguió
por una de sus grandes interpretaciones: la del doctor Larch en " Las
normas de la Casa de la Sidra", un gran ejemplo de como un joven que ha
permanecido aislado del mundo exterior y de las normas que lo rigen debe
buscarse las suyas propias tras abandonar en busca del amor ese
apacible, confortable y seguro " nido" que el médico ha construido a su
alrededor.
Recuerdo la película y el gran guión que John Irving escribió sobre su
propia novela " Príncipes de Maine, Reyes de Nueva Inglaterra", que es
la frase que todas las noches Larch dirige a los niños de ese peculiar
orfanato que es St Cloud, en el que presta sus servicios alejado de
cualquiera de los problemas que afectan al resto de la sociedad. Es un
universo cerrado en sí mismo del que el joven Homer Wells tendrá que
marcharse en busca de su propio destino y su propia conciencia como ser
humano. Y el impulso que le lleva a traspasar los tranquilos e irreales
muros de esa "jaula de oro" son los latidos de su corazón enamorado. Y
recuerdo la película rodada en 1999 al ver que cada día y todos los días
hablamos en todos los rincones públicos y privados del país de la
Jefatura del Estado sin que esta institución, esta estructura
fundamental para España sea algo más que la figura de un Rey. Durante 35
años, desde la aprobación de la Constitucion ningún partido, ningún
político se ha planteado que la Jefatura de la Nación debía reglarse,
tener un desarrollo jurídico que permitiera contemplar obligaciones y
deberes sobre los que construir y abordar todo tipo de situaciones.
La Casa del Rey carece del ordenamiento que le correspondería como
cúspide de un Estado democrático, desde el papel de su Jefe, como el del
resto de los miembros y personal que en ella y para ella trabajan, en
su papel de primer y último servidor público del estado. Al igual que
ocurre en St Cloud, en La Zarzuela, los Príncipes y Princesas de ese
Maine que es hoy España han vivido bastante ajenos a las normas y
principios que rigen para el resto de los ciudadanos españoles, y al
abandonar el " nido" han buscado y elaborado sus propias normas de
conducta, sobre la base del amor y compartiendo sudores y ambiciones con
los dueños y los trabajadores de ese manzanal que es nuestro país.
Hablamos de la Ley de Transparencia que se está debatiendo en el
Congreso y de la necesidad de que abarque también a la Casa del Rey al
igual que ocurre en el resto de monarquías europeas, si hacemos caso a
las palabras del presidente del Gobierno, pero ahí se queda todo el
nuevo y necesario andamiaje jurídico. De las competencias del Príncipe
de Asturias, nada; del resto de la familia real, nada; y mucho menos de
la situación que se crearía en caso de una sucesión en la Corona por
abdicación y no fallecimiento, que normas regirían en ese supuesto y que
privilegios, derechos, deberes y obligaciones tendría el llamémosle "
monarca emérito". Puntos cruciales en estos momentos y en las posibles
soluciones a la propia crisis que afecta a la Jefatura del Estado.
En la novela y en la película, Homer, el "Príncipe de Maine" regresa a
ese castillo de su infancia y adolescencia para ocupar el puesto del
difunto Larch como médico son tener los títulos para ello pero con la
confianza de los que allí habitan, abandonados muchos de sus sueños y
esperanzas tras el duro aprendizaje del mundo real y las diferencias que
existen en cuanto a la riqueza y lo que podemos seguir llamando clases
sociales. Decidido a afrontar los mismos sacrificios y esfuerzos en el
orfanato que su antecesor y maestro, al que la muerte le sorprende en la
cama y con sus inseparables inhalaciones de eter como mudos testigos
del pequeño vicio o necesidad que le hacían viable su propia existencia?
Creo que la parábola que une ficción novelada y España real puede
ayudar a entender el fondo de una parte - sólo una parte - del problema
que afecta a la estructura del estado y al que la crisis económica,
política y social le ha dado una dimensión que era impensable hace
apenas cinco años.