jueves 04 de abril de 2013, 17:26h
La imputación de la Infanta Cristina es un
hecho relevante. Pese a ser una decisión específicamente judicial, tiene
una indudable repercusión política. Afecta al crédito y a la imagen de
la Monarquía. A reserva de lo que pueda sustanciar el tribunal que
juzgue el "caso Noos", el daño que la imputación inflinge a la Casa
Real, es considerable. No hay precedentes de un caso similar en la
Historia de España. El asunto, no obstante, admite otras lecturas. La
más inmediata permite afirmar que lo que la Casa Real pierde en imagen,
lo gana la democracia. Como el propio Rey dijo en un premonitorio pasaje
de su discurso de Navidad, va a ser verdad que todos los españoles
somos iguales ante la Ley. No es poco. Mejor dicho: es mucho. Mucho en
estos tiempos en los que apenas hay institución o partido político que
no esté dañado o salpicado por asuntos relacionados con la corrupción.
La incógnita que late en este caso es si el daño irá más allá de
lo que en puridad pueda afectar a las personas encausadas. A efectos
institucionales, es decir, políticos, la suerte procesal de Iñaki
Urdangarin o Diego Torres, es irrelevante. No es el caso de la Infanta.
En términos de hipótesis, si el proceso concluyera en condena el daño
para la imagen de la Casa Real sería poco menos que irreparable. Es
probable que los cortesanos de guardia adujeran que en Holanda el
Príncipe Bernardo, salpicado por un caso sobornos, perdió todos sus
privilegios institucionales y el agua no se llevó los "polders", pero
España no es Holanda. Aquí la Monarquía actual encarnada en la persona
de don Juan Carlos tiene otro perfil y otras son sus raíces históricas
más recientes.
Por concluir, el asunto es feo; pinta mal. La conducta del todavía
Duque de Palma ha sido todo menos ejemplar. A juzgar por los indicios
que el juez instructor encadena en su auto, Urdangarin se prevalió de la
circunstancia familiar arrastrando a la Infanta. Pero ambos son
adultos. De ahí su presunta responsabilidad en los hechos investigados.
El mal ya está hecho y constituye un golpe muy duro para la imagen de
una institución como la Monarquía que, según el decir de las últimas
encuestas, está en sus horas más bajas. Imagino que el cabreo del
Príncipe Felipe debe rozar la Estrastofera.