El inombrable ha paseado su altivez y su abrigo de solapas de terciopelo por la Audiencia Nacional durante todo el invierno. Y ahora, con las lluvias llega la primavera, el juez
Pablo Ruz ha observado cómo crecen como malas hierbas en el jardín más millones de euros depositados por este individuo en cuentas corrientes de Suiza y de los Estados Unidos.
Aunque
Alicia Sánchez Camacho aporta voluntarismo político diciendo que la dirección del PP debe dar explicaciones sobre el presunto latrocinio de quien manejó los dineros del partido durante 20 años, su jefe sigue sin pronunciar las tres sílabas prohibidas: Bár-ce-nas. Ni para reconocer que existió y fue el jefe de las finanzas del PP por designación suya. Ni para pedir perdón como mínimo por haber dado cobijo y protección a quien se postula como un sólido enemigo público contra la honradez en este país. Y aunque el cerco se cierra sobre Gurtel y los papeles de la caja B y todo apunta a que puede descubrirse una posible financiación ilegal del PP, a
Mariano Rajoy solo se le ocurre decir que hay que evitar que este sea un país inhabitable en el que "se aplaudan las acusaciones sin pruebas". Como si los miles de gigabytes rebosantes de datos de corrupción que se acumulan en discos duros de los ordenadores y los pen drives de la Audiencia Nacional y de las dependencias de la policía y la fiscalía, y que afectan a casi todos los partidos, fueran simples dimes y diretes recopilados para contentar a un populacho sediento de sangre. Y luego el presidente aporta el vaticinio o el deseo de quien hace como si no se enterara de nada o prefiere no enterarse de nada: pronto, ha dicho ante su Junta Directiva Nacional, la corrupción será "historia pasada". De nuevo la apelación al tiempo que lo arreglará todo, el que además nos libró del el rescate, el que traerá el crecimiento y el aumento del empleo. Mientras tanto fé, mucha fé, discursos espaciados y en monitores con pantallas led o de plasma para sucedáneo de información para periodistas y para el público en general. Y entre tanto, silencio, mucho silencio y pocas ruedas de prensa, que si no volverá a ocurrir lo que le pasó a
Dolores Cospedal, que se empeñó en hacerle la competencia al squech de las empanadillas de "Martes y trece", con esas disquisiciones suyas tan hilarantes sobre "la indemnización diferida" o la "simulación con retenciones de la seguridad social" del innombrable.
Tampoco ha tenido el presidente del Gobierno en esta ocasión el don de la oportunidad. Ha defendido que
nuestras instituciones están sanas solo unos minutos ante de que el juez
José Castro, titular del Juzgado de Instrucción número 3 de Palma de Mallorca,
anunciara la imputación de la infanta Cristina por el Caso Nóos. No es que haya aumentado la enfermedad institucional que padece este país pero esta imputación de la ciudadana
Cristina Federica de Borbón y Grecia no hace sino complicar la sintomatología, los padecimientos y dolores que afectan a la credibilidad y a la honorabilidad de la principal institución del país, la Corona, hasta ahora intocable. La segunda hija del Rey será la primera de esa privilegiada y respetada familia en declarar ante un juez en un momento en que se pone en duda si hasta el propio
Juan Carlos no tendrá cuentas en Suiza. Que tampoco parece asunto de menor cuantía y que se irá agrandando a medida que continúe la opacidad en la Zarzuela. La institución, como su principal responsable, aún convaleciente de su enésima operación, no goza precisamente de buena salud. La patología de la clase política y de las instituciones principales del país es más que preocupante. Mal asunto si el mensaje oficial sigue siendo no mencionar y no reaccionar ante las tropelías de los innombrables e ignorar los serios problemas que nos acarrean los intocables.