Entre renuncia y dimisión
lunes 18 de febrero de 2013, 10:31h
En un alarde
de zafiedad, la vicesecretaria general del PSOE, Elena Valenciano, aprovechó la
ocasión de la renuncia del Pontífice Benedicto XVI para añadir que "no es la
dimisión que los socialistas pedimos", refiriéndose, con sonriente e
inapropiada insistencia, a la de Mariano Rajoy. Pero lo más revelador del
comentario no es el mal gusto que supone relacionar un acontecimiento global de
dimensiones históricas y espirituales con una controversia coyuntural de
vulgares dimensiones partidistas, sino el bajo nivel de cultura política que
supone homologar una renuncia con una dimisión.
La renuncia
papal, para la que hay que remontarse a través de siete siglos a la búsqueda de
un antecedente, que no precedente, por sus distintas circunstancias, es un
hecho insólito, aunque previsto en la estructura institucional viva más antigua
de la humanidad, para la que solo se exige la libre voluntad y la pública
explicación del renunciante. Se trata de una decisión personal y libre de quien
ha sido promovido a una función vitalicia sin condiciones y de cuya oportunidad
solo responde con su propia conciencia. No existe entidad alguna en la tierra,
ni individual ni colegiada, que deba aceptar o denegar la renuncia. Vicario de
Cristo y sucesor de Pedro, solo el mismo renunciante puede medir las
circunstancias íntimas que inspiraron una decisión de tanta trascendencia
global. Los Papas no dimiten, renuncian, como tampoco dimiten los reyes,
abdican por su propia voluntad.
La dimisión,
por el contrario, no es una decisión unilateral sino bilateral y frecuente en
estos tiempos en que los políticos se desgastan con rapidez. Se dimite de una
función temporal y condicionada ante alguien superior -el jefe de un Estado, un
parlamento, un comité de partido- y se habla de dimisión irrevocable porque,
también, hay dimisiones revocables que son como paripés de enfado o amenazas a
los intereses del propio entorno. Las peticiones de dimisión deben de proceder
de algo más que los deseos de los adversarios. Pueden derivar de la pérdida de
la confianza en que se apoya el presunto dimisionario para estar donde está.
Esta pérdida de confianza se puede originar por un incumplimiento fundamental
del programa para que fue elegido, por disminución espectacular del apoyo de
las bases o por revelación de conductas que dañen el prestigio y la idoneidad
ética del titular del cargo. Desde un punto de vista subjetivo un oponente
puede atribuir estas circunstancias a su adversario, aunque no es ante la
oposición ante quien se dimite sino ante los suyos, electores, colegas o
superiores. Las apreciaciones de la oposición son simples opiniones que pueden
ser engañosas cuando las manchas que se atribuyen al líder del campo contrario
se dan, también en el campo propio y la oleada de mentiras y corrupciones
zarandea los barcos de todas las banderas, a cuyo timón se aferran los malos
pilotos, dedicados a autoconfirmarse en el cargo aunque se hunda su nave.
En todo
caso, aquel que se pretende que dimita no es el cuerpo electoral que dio la
victoria a un grupo, partido o coalición mayoritaria y no a determinado equipo
de gobierno, modificable por esta mayoría. Lo que se pide, con machaconería, es
que dimita Rajoy, con la equivocada creencia de que, acabando con Rajoy, se hundiría
en el caos el PP y se solucionarían todos los problemas. Esto es confundir las
hojas con el rábano. La gran mayoría ciudadana que votó al PP no lo hizo por
idolatría hacia Rajoy sino porque suponía que este representaría con coherencia lo que el PP
significaba. Esto es, un planteamiento sensato, solvente, estable y, también,
superior éticamente a la incompetencia socialista y a sus imprescindibles
acompañantes para trabar una mayoría heterogénea con izquierdas, separatismos y
personalismos varios. Esa gran mayoría electoral, interclasista y razonable,
sigue y seguirá existiendo, con Rajoy y sin Rajoy. Esa mayoría, hoy
representada institucionalmente por un grupo parlamentario hegemónico, puede
cambiar de presidente si las circunstancias lo aconsejasen, como sucedió con
Suárez y Calvo Sotelo; puede pedir cambios de ministros sin cambiar de
presidente y, aún, si alguien tuviese la inoportuna ocurrencia de convocar
elecciones anticipadas, puede volver a ganarlas, aunque fuese inspirado
tristemente por la tesis del mal menor. Por ello, la experiencia de los
expresidentes socialistas González y Zapatero desaconsejan esas torpes
peticiones de dimisión que, si lo que consiguiesen es que se eligiese un mejor presidente para
el PP, este cambio no tendría por qué favorecer a una minoría socialista que no
da ningún síntoma de crecer, a pesar de todas las diatribas anti PP, ni ofrece,
hoy en día, ninguna credibilidad ni potencia de alternativa. Quizá Zapatero
piense, desde su discreto retiro en el Consejo de Estado que, si cuando era
manifiesta su inadecuación para reconocer y aceptar la crisis económica, sus
compañeros lo hubiesen "dimitido" en favor de alguien más idóneo, los
socialistas no se hubiesen derrumbado hasta el nivel en que han caído.
La realidad es que el partido de la señora
Valenciano no parece que se beneficie en nada de los descensos de popularidad
del partido gobernante, sino que se ve igualmente perjudicado por el ambiente
de desencanto general. Los asuntos de corrupción que se jalean en los medios
informativos, a espera de resoluciones judiciales, salpican, desgraciadamente,
a personas de unos y otros partidos. Las dudas sobre la calidad de los
liderazgos se dan tanto en el entorno de unos como en el de otros. Todo lo cual
quiere decir que estamos inmersos en una crisis no solo económico-social, sino
que está afectada la política nacional en su conjunto, en momentos de lo más
inoportunos e inconvenientes, pero que nadie está en condiciones de "tirar la
primera piedra". La necesidad de regeneración y de rearme moral afecta al
conjunto del paisaje político y social y no vale pedir cuentas a una sola
persona. Ocúpese cada uno de la limpieza de su casa y, por favor, no vuelvan a
intentar emparejar estas sucias chapuzas de baja política casera con el gesto puro,
que marcará un antes y un después, de una renuncia pontificia que va a influir
universalmente en el curso espiritual del siglo XXI y en el estilo de
predicación de un mensaje eterno.
Ex diputado y ex senador
Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
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