jueves 14 de febrero de 2013, 07:49h
Aprovechando San Valentín, podríamos contar una historia de amor. Con dos
protagonistas, el político y el ciudadano. El flechazo se produce cuando llega
la campaña electoral. El político se viste de sus mejores galas, acuna sus mejores
palabras, perfila sus más sugerentes promesas. El ciudadano se siente asediado
por diversos pretendientes, y ha de decidir. Al final se casa con uno.
Pero terminada la campaña electoral, se
cierran las urnas, y se difuminan los afectos en el complejo universo de los
intereses creados. Una vez con la preciada presa, que es el voto, el político
apaga su pasión y lo que parecía amor, se transforma en indiferencia.
Esta
historia de amor es la historia de una infidelidad, porque terminada la luna de
miel electoral, el político pone su corazón en otros asuntos de mas calado.
Entonces el ciudadano comprueba que es muy difícil enamorarse de alguien que no
cumple sus promesas, aunque luego se disculpe afirmando que ha cumplido con su
deber. Es difícil enamorarse de alguien que se desdice, que rectifica, que siempre
culpa a otro de sus errores.
Porque para el político encumbrado, eso
de preocuparse por el más desfavorecido,
el más necesitado, y el que menos puede dar a cambio, es sentimentalismo
barato. Una vez encaramado a las alturas, el político dedica sus amores a los
importantes, los influyentes y a los poderosos.
San Valentín nos ha dado oportunidad de
contar un amor casi imposible entre el político y el ciudadano. La culpa no es
del ciudadano, que siempre acaba seducido y abandonado. La responsabilidad es
del político. Depende de él que esta historia de amor culmine con un final
feliz.