Hay una frase recurrente cuando en cualquier tertulia se habla sobre los
políticos corruptos, sobre personajes públicos acusados de robo,
malversación de caudales públicos o prevaricación. Al final, tras poner
verde a unos y otros, tras sacar los trapos sucios de todos y arremeter
contra tirios y troyanos, alguien apostilla, "pues, pese a todo, aquí no
dimite ni Dios". Hasta ahora la frase hecha era el corolario de la poca
o escasa vergüenza de nuestra clase política, desde
Mariano Rajoy a
Alfredo Pérez Rubalcaba pasando por
Ana Mato,
Pepe Griñán,
Arturo Mas,
Pujol, Urdangarines y
las docenas y docenas que, por acción u omisión, se han visto
implicados en escándalos de diversa índole. Pasara lo que pasara,
estuvieran o no inmersos en episodios de corrupción o triquiñuelas
varias, aquí nadie dimitía. Pero hete aquí que mi tocayo, el
Papa Benedicto XVI,
nos ha dejado si el habitual recurso dialéctico. Dios ha dimitido, o al
menos lo ha hecho su representante en la tierra, que es como el
vicepresidente o el secretario de Organización de la cosa religiosa
católica. Vamos que
Benedicto XVI sería como la
Dolores de Cospedal del PP o la
Soraya Sáenz de Santamaría del Gobierno (suponiendo que
Rajoy fuese su dios) o la
Elena Valenciano del PSOE o la
Soraya Rodríguez del primer partido de la oposición (suponiendo que
Rubalcaba fuese alguien superior, que lo dudo).
El
caso es que el Papa nos ha dejado a todos con la boca abierta y
estupefactos al renunciar sorpresivamente al Pontificado sin que nadie
le haya presionado para dejar el cargo (es totalmente falso que, como
alguien afirmaba, estuviera su nombre en los papeles de Bárcenas). Sus
razones tendrá, digo yo. Y dado que una de sus prerrogativas es la
infalibilidad, no puede haberse equivocado, así que no hay que buscarle
más pies al gato, hacer cábalas imposibles y habrá que aceptar que hay
algunos dirigentes (en España no, claro) capaces de dimitir de su cargo
por estar simplemente cansados, enfermos, mayores, hartos de coles o
hasta la coronilla de aguantar traiciones de sus más allegados, léase
secretarios particulares, gerentes, socios o camaradas del partido o de
religión.
El todavía Papa ha tenido un detalle con Andalucía.
Pese a que no ha visitado nunca nuestra comunidad, ha decidido dimitir
el 28 de febrero, precisamente el Día de Andalucía, para que nosotros,
los andaluces, no olvidemos la fecha en que volvió a recuperar su
antiguo nombre de
Joseph Aloisius Ratzinger apartarse de la
vorágine del Vaticano y recluirse en un convento de clasura. Es todo un
detalle por su parte. Hay quien dice que
Pepe Griñán, que se sabe
que está manejando subseptricia y ladinamente los hilos para ascender a
las más altas esferas del poder y suceder a Rubalcaba, ha mediado ante
el Vaticano para fijar la fecha y así pasar desapercibido en el discurso
que tiene que dar en el Teatro de la Maestranza con motivo de la
entrega de los títulos de Hijos Predilectos y las medallas de oro de la
comunidad. No acabo de creermelo porque Griñán tiene ascendencia con los
sindicatos, con la CEA, con sus socios de IULV-CA e incluso con el cura
Chamizo, Defensor del Pueblo andaluz, pero está bastante alejado
de la cúpula eclesial por más que su Gobierno resida en lo que fue el
Antiguo Seminario, el Palacio de San Telmo.
El caso es que, visto
lo visto con el Papa Benedicto XVI, muchos de nuestros dirigentes
deberían de plantearse ese verbo tan difícil de conjugar en política
como es el de dimitir. Si la renuncia del Papa, que en teoría gobierna a
miles de millones de fieles en todo el planeta y es el referente de la
fe y del más allá, solo va a suponer unas cuantas portadas de periódicos
y unas cuantas especulaciones sobre sus posibles sucesores hasta que
salga la fumtata blanca, digo yo que la dimisión de cualquiera de
nuestros incorruptibles líeres políticos, llámense Rajoy, Rubalcaba,
Griñán, Chaves o incluso Juan Carlos, tampoco sería tan traumático para
la ciudadanía. Al fin y al cabo, y ejemplos cercanos hay como Aznar,
Zapatero o Arenas, que decidieron no repetir, es bueno para la sociedad
que alguien dé ejemplo y sepa retirarse a tiempo antes de que le den la
patada. Porque algunos llevan en el cargo más años que Matusalem y están
durando más en política que un martillo en manteca. ¿O No? Yo
simplemente lo dejo caer. Quien quiera entender, que entienda y mediten
seguir el ejemplo del Santo Padre aunque el catolicismo se la traiga al
pairo.
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