Rajoy y el síndrome Clinton
sábado 09 de febrero de 2013, 15:04h
El escándalo sexual del Presidente
Clinton no planteó al mandatario norteamericano un único problema político sino
dos de enorme dimensión: a) el hecho mismo del enredo por el que el Presidente
pidió públicamente perdón a su esposa y a todo el mundo y, además, b) el error
fundamental de negarlo todo cuando se descubrió inicialmente el asunto. Por
aquel entonces asistía a una reunión en Washington y recuerdo que mucha gente
disculpaba a Clinton de lo primero ("¿Quien no ha tenido alguna Mónica en su
vida?" me dijo un taxista), pero no aceptaba de ninguna forma lo segundo: la
negación rotunda del affaire cuando las cosas no estaban claras fue entendida
como un intento ciego de ocultación (que se parecía demasiado a una mentira
descarada) y eso no se puede permitir en un Presidente, por cuanto deja de ser
automáticamente confiable, algo que produce un desasosiego colectivo respecto
del nivel de confianza necesario en el sistema institucional.
Ahora en España hay toda una serie de
círculos políticos y periodísticos que tratan de reducir el problema de Rajoy
al tema de si el hecho de cobrar incentivos no oficiales es o no un asunto tan
grave como para desestabilizar el gobierno. ¡Como si la financiación privada
-aducen- no fuera moneda corriente en los partidos, al igual que el pago de
incentivos extras! Bueno, admitamos por un momento esa idea: quizás ese nivel
de corrupción no sea tan dramático. Pero es que aquí eso es sólo la punta de la
madeja.
Por cierto, tampoco me parece sensata
esa actitud radical de rasgarse las vestiduras por dos euros, gritando
¡Corrupción! ¡Corrupción!, porque así se cae en la trampa de los que exculpan a
la cúpula del PP, puesto que sólo estaríamos hablando de "calderilla". No, por
favor, hay que mantener los pies en la tierra: el código penal distingue
claramente las faltas de los delitos. No es lo mismo robarse un mechero que
afanarse un millón de euros. Si empezamos a ponernos fanáticos, será peor el
remedio que la enfermedad: acabaremos por paralizar la administración del
Estado buscando corruptos en cada rincón.
En realidad, la cuestión de fondo en el
caso Bárcenas es que eso que pudiera parecer de poca monta está ligado a
niveles de corrupción considerablemente mayores, que tienen, de momento, una
referencia clara: los 21 millones de euros de su cuenta en Suiza. Es decir,
puede que sus papeles contables sólo sean la punta de un iceberg de corrupción de
enormes proporciones. Varios dirigentes del PP ya han pedido perdón a la
opinión pública por no haber detectado a tiempo esa corrupción mucho más gruesa
dentro del partido. Y me parece sensata esa posición. Otra cosa es si la gente
está dispuesta a perdonarles.
Pero en el caso de Rajoy el problema
no se detiene simplemente en que haya cobrado o no algún tipo de incentivo
extra, que algunos podrían considerar un hecho de gravedad similar a no exigir
la factura de un almuerzo, sino que el Presidente de Gobierno decidió responder
al estallido de los papales de Bárcenas con la negación rotunda de que nada de
eso pudiera suceder dentro de la cúpula del PP. Al hacerlo así ha caído de
cabeza en el síndrome Clinton. Ya no se trata simplemente de la necesidad de
valorar el nivel de corrupción que esos papeles reflejan (si es calderilla o
no), sino de que esa rotunda negación tiene todo el tufillo de una ocultación
culposa, que destruye la confiabilidad de quien la emite. ¿O es que pone Rajoy
la mano en el fuego por un Bárcenas, asegurando que no ha distribuido dinero
dentro del PP; es decir, por el mismo individuo que ya está imputado en una
trama de corrupción mayúscula? Desde luego que no, nadie en su sano juicio lo
imagina. Pero entonces ¿cuál es la causa de que Rajoy se haya metido en este
callejón sin salida?
La apuesta parece bien clara: Rajoy y
la cúpula del PP confían en que los abogados de Bárcenas sean unas águilas y el
sistema de justicia no consiga demostrar nada grave. Insisto en que me parece
un cálculo erróneo. Puede que la justicia no procese a la velocidad que tendría
que hacerlo, pero sería un milagro que no empezaran a aparecer las entretelas
del asunto. De momento Trías ya representa un testigo nada despreciable. Pero
es altamente probable que vayan descubriéndose importantes pedazos del
rompecabezas, que demuestren palmariamente que Bárcenas recibía pagos y los
hacía de manera informal. Y supongo que este asunto es un sabroso plato para el
periodismo de investigación, incluyendo el incentivo de que parece haber más de
una "garganta profunda" dentro del aparato del PP. ¿Imaginan ustedes que
sucedería si el hasta ahora disciplinado Bárcenas decide en un cierto momento
abrir su propio portafolios?
En suma, Rajoy padece hoy del
síndrome Clinton: no sólo tiene que enfrentar el hecho reprobable de que
Bárcenas haya distribuido dinero informal en el PP, sino que ahora carga con el
peso de haber realizado el intento de ocultación del hecho, que pone gravemente
en peligro su credibilidad, no sólo como dirigente del PP sino como Presidente
del Gobierno. Y eso resulta imperdonable. No lo compensa ni el temor que
tenemos a las consecuencias nefastas de esta imprevista crisis política. Por lo
demás, es un espejismo creer que conforme pasen los días este problema irá
adormeciéndose. En realidad, apenas está tomando vuelo.