Tienen la particularidad los holandeses de ser gente
tranquila, afable, sonriente, educada y, sobre todo, muy civilizada. La
democracia es algo que se toman muy en serio, así como las normas de
convivencia. Sólo visitando Amsterdam unos días se puede dar cuenta el turista
cómo se respetan las colas, los semáforos, las bicicletas (me estoy imaginando
los improperios si 4 de cada 10 madrileños decidieran usar la bici en lugar del
coche y pasaran de esa guisa por la Castellana). Tan en serio se la toman que, cuando su príncipe heredero decidió pasar por el altar el
parlamento dijo sí, el pueblo lo mismo, pero con una condición: La muchacha no
tiene la culpa pero su padre fue ministro de un dictador, por lo tanto no puede
acudir a la boda. Una pena que Máxima, entonces la princesa casadera, apenas
pudo ni quiso disimular en forma de llanto cuando en plena ceremonia de su boda la
orquesta la obsequió con el Adios Nonino. Lógico y normal. Su padre, por muy
adepto a la dictadura que fuera, era su padre. Y la sangre tira.Aún así no lo tomó en cuenta y siguió sonriendo. Desde que salió de la catedral y para siempre.
El caso es que aquello no fue más que un episodio pequeñísimo
comparado con lo que después vino. Máxima saludó en perfecto holandés al que
sería su nuevo pueblo, dejó todo por amor, se casó con su príncipe y cumplió
con la única obligación que tiene una princesa; parir hijos. En su caso tres
niñas que, como en Holanda no existe la ley Sálica, son tres herederas como
tres soles. Misión cumplida.
Y en el inter, mientras no llegaba lo que llegó ayer; es
decir que la Reina abdicase, Máxima se ha dedicado a ejercer de princesa
expandiendo su sonrisa por donde quiera que vaya. Está en segundo plano pero
siempre resalta por encima de su marido. Se ha mimetizado tanto con la corona
que hasta se parece a su suegra. Ni un mal gesto, ni una salida de tono, siempre
en su papel de futura consorte (haciendo la delicia de los holandeses y de
Jaime Peñafiel). Pero Máxima no sólo gusta porque se ría sino porque hace su papel de una manera tranquila y natural con una actitud natural cero impostada.
El próximo 30 de abril será la nueva reina consorte. Se
cambian las tornas después de tres reinas por derecho; Guillermina, Juliana y
Beatriz dan paso a un heredero, Guillermo de Orange.La dinastía Orange no pasa por malos momentos como la Borbónica. De hecho, el índice de aceptación de la corona supera el 80% de la población. También es cierto que ahí no hay Urdangarines aunque los hijos de la reina Beatriz tampoco son un dechado de virtudes. Lo que sucede en ese país es que, cuando se descubre la falta, se corta por lo sano. Algo que aquí todavía no hemos aprendido. Aquí mandamos comunicados o damos la callada por respuesta. Y las consecuencias pasan factura.
Las comparaciones son odiosas pero es inevitable hacerlas.
Mirando a Máxima y mirando a Letizia uno pronto se da cuenta de que no jugamos
en la champion league ni siquiera en cuanto a monarquías se refiere.Y da mucha rabia. Si al menos ésta sonriera un poco. Aunque solo fuera un poco.